Poco se sabe del origen de este peculiar reformador de Israel. Al llamado de Dios desde los montes escarpados de Galaad, entró en el palacio del rey Acab, mientras la apostasía estaba en su momento más tenebroso. Inducido por una santa indignación, confrontó al malvado gobernante de Israel con palabras de juicio. “No habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 Reyes 17:1).
Después de comunicar el mensaje inspirado, Dios le ordenó al valiente profeta que se escondiese en el arroyo de Querit, en el desierto oriental. Allí Dios dispuso providencialmente, que los cuervos le llevaran comida al fugitivo aislado, durante los años de hambruna predichos.
A medida que la tierra se caldeaba y se agrietaba bajo el calor abrasador del sol, las plantas verdes morían por falta de agua. Pero, mañana y tarde, Elías estaba bien abastecido, por el milagroso ministerio de los cuervos. Además del pan y la carne que le llevaban las aves, Dios le proveyó de abundante agua fresca del arroyuelo que corría cerca.
¡Qué cuadro perfecto del poder y la voluntad de Dios, en atender las necesidades físicas de su siervo fiel! Contemplamos con agrado esa escena de apacible abundancia. El profeta no tenía ningún problema. En todas partes la gente estaba sufriendo por el terror de la sequía, pero Dios no permitiría que su hijo obediente careciera de nada. Sin falta, los cuervos volaban dos veces al día con su ración de comida y el arroyo siempre ofrecía su provisión de agua vivificante.
¿No vemos esa misma clase de providencia en nuestra época? El Dios de Elías todavía suple las necesidades de sus hijos. El profeta cumplía fielmente la voluntad de Dios y las bendiciones prometidas nunca fallaron, ¿no es así?
Sigamos leyendo el relato bíblico: “Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la tarde; y bebía del arroyo. Pasados algunos días, se secó el arroyo, porque no había llovido sobre la tierra” (1 Reyes 17:6, 7).
¿Puede imaginar la conmoción y la decepción cuando Elías se acercó al arroyo a buscar su provisión diaria de agua? Al mirar las piedras secas y marrones del lecho del arroyo, apenas podía creer lo que veía. No quedaba ni una gota de agua. Estaba frente a una desgracia terrible: ¡EL ARROYO SE HABÍA SECADO!
No hay manera de saber cuánto tiempo Dios probó a su profeta junto al arroyo desolado. Durante un tiempo, al menos, Elías tuvo que esperar por fe. Probablemente parecía que todas las promesas estaban fallando. Dios lo había abandonado a una muerte agonizante en el desierto reseco. Pero cuando se detuvo a escuchar, Dios pronunció estas palabras: “Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente” (1 Reyes 17:9).
¿Logra ver cómo Dios cerró una puerta para poder abrir otra? Elías había estado allí el tiempo suficiente. Dios le tenía preparada otra experiencia en Sarepta. Dios proveyó el arroyo y Dios lo secó. Habría sido una tragedia para el profeta permanecer más tiempo en el desierto. La vida continuaba. En la dinámica de la Providencia divina, estaba previsto que Elías experimentara otro milagro en otro lugar. Si el arroyo no se hubiera secado, se habría quedado allí y se habría distendido en la plenitud gratificante de las bendiciones materiales. Pero se habría perdido la vasija de la viuda, la experiencia del Carmelo y a Eliseo arando en el campo.
Notemos que los arroyos de Dios siempre se secan. Él no quiere que nos quedemos todo el tiempo en el mismo lugar. Ese es nuestro gran problema. Nos las arreglamos junto al cómodo arroyo, rodeados de abundancia y paz, y queremos descansar allí el resto de nuestros días. Entonces, cuando Dios permite que el arroyo se seque, a menudo lloramos y le echamos la culpa a Dios por afligirnos.
Permítame preguntarle: Elías, ¿apostató cuando se le secó el arroyo? No, creció espiritualmente. Sarepta fue mucho más extraordinario que Querit. Pero tenga en cuenta, que Dios cerró Querit antes de mostrar Sarepta. La fe tenía que ser puesta a prueba. Siempre hay un momento en que todo parece absolutamente desolador. Pasó con Elías y nos pasará a nosotros.
Bajo el estrés emocional de la pérdida, tendemos a culpar a Dios de cometer algunos errores terribles, al ocuparse de nuestra vida. Es humano hacer esto, porque no tenemos forma de ver el futuro.
Todavía recuerdo haber llorado, de niño, cuando leí la historia de José por primera vez. Él había sido muy feliz y despreocupado. Entonces, de repente, su arroyo se secó. Iba camino a Egipto como esclavo. ¡Cuánta aflicción sintió Jacob por ese hijo perdido! Podemos escucharlo sollozar: “José no parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis; contra mí son todas estas cosas” (Génesis 42:36).
Esto nos suena muy conocido. El pobre Jacob no podía ver los “por qué”, al igual que nosotros. Pero poco después, lo vemos montado en su camello, dándose prisa para llegar a Egipto. Su corazón rebosaba de alegría. Otro arroyo había brotado en su vida. Y luego, escuchamos que José les dice a sus hermanos: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien” (Génesis 50:20).
Es muy fácil mirar atrás como lo hizo José ese día y confesar que las decepciones realmente han sido designios de Dios. ¿Por qué será que no podemos tener suficiente fe, como para permanecer junto a nuestros arroyos secos y hacer esa confesión? Algún día en el futuro, cada alma redimida lo hará en retrospectiva. Dios se deleita en quienes le toman la palabra y reclaman la promesa de Romanos 8:28 incluso con el corazón partido de dolor. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.
A la luz de estas y muchas otras declaraciones similares, debemos confesar que existen bendiciones misteriosas, relacionadas con las pruebas y el sufrimiento. Santiago indica que estos desarrollan los mismos rasgos de carácter, que distinguen a quienes serán candidatos al reino. Apocalipsis describe a los santos con estas palabras: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12).
Obviamente, la paciencia es un requisito para los que son redimidos de este mundo. Santiago dice que la paciencia se desarrolla mediante las pruebas. Esto nos enseña claramente que sin duda, el sufrimiento puede ser un proceso de formación necesario, en nuestra preparación para el cielo.
David, quien también sufrió mucho, llegó a esta asombrosa conclusión: “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos” (Salmo 119:71). También escribió: “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba” (Salmo 119:67).
Hasta que un cristiano aprenda este sencillo principio bíblico, vivirá en una agitación de duda e incertidumbre. Cada vez que experimente una desilusión, planteará nuevos interrogantes sobre la justicia y el amor de Dios. Muchos cristianos tienen la perspectiva infantil que Dios utilizará su gran poder para resguardarnos de todo dolor y prueba, porque hemos aceptado a Jesús y porque nos ama.
El registro inspirado revela que, como nos ama, con frecuencia permitirá que pasemos por el fuego de la aflicción. ¿Por qué lo hace? Porque considera que esta es la única manera de prepararnos, para estar con él por la eternidad. En realidad, Dios está respondiendo las oraciones de quienes han pedido llevar una vida pura. Cuando oramos para que Dios quite el pecado de nuestra vida, debemos estar dispuestos a aceptar el método que dispuso, para llevar a cabo esa obra. Al parecer, las pruebas agobiantes son parte del mecanismo, mediante el cual se realiza la santificación.
Probablemente haya más cristianos que perdieron la fe por este asunto, que por cualquier otro. Todos los pastores han velado y orado junto a su pueblo sufriente, mientras este luchaba con los “por qué” de su arroyo seco.
Ni siquiera los cristianos más consagrados, son inmunes a la conmoción y el dolor, cuando la muerte les arrebata a sus seres queridos. Pero pueden prepararse con antelación, para que su fe no flaquee ante el estrés de la pérdida.
El secreto es descansar en la seguridad, que Dios no permitirá ninguna circunstancia que no sea para nuestro bien. Esto requiere fe, pero no es difícil confiar en Aquel que murió por nosotros. Debemos tener siempre presente, que Dios permitirá muchas situaciones que al parecer son tragedias terribles. No encontraremos ninguna lógica ni razón detrás de los hechos. Nuestras facultades humanas pueden rebelarse, con solo pensar que de esas circunstancias, pueda surgir algo positivo.
Es aquí donde nos aferrarnos a la Palabra de Dios. Esta es la diferencia entre el cristiano maduro y el que no lo es. La pérdida nos acercará más a Jesús o hará que nos alejemos de él. A estas alturas, todo depende de la relación personal desarrollada antes de la crisis. Solo quienes entienden y aceptan el principio, que el amor de Dios no admitirá ninguna prueba que no sea para nuestro bien, podrán afrontar la experiencia en forma adecuada.
Aprendemos una lección de la manera confiada, en que los padres entregan a sus hijos en manos de un cirujano. ¿Cómo pueden someter a ese niño amado, al corte de ese cuchillo y al dolor punzante que inevitablemente sentirá después? Hay dos factores que propician la confianza en el médico. Confían en su habilidad y capacidad para operar con éxito, y tienen fe en su sabiduría, al hacer lo correcto en el momento adecuado por el bien de su hijo. También saben que después que haya pasado el sufrimiento temporal, la situación del niño será mejor que antes del dolor.
Si podemos confiar en un médico humano que a veces se equivoca, ¿por qué es tan difícil confiar en un médico divino que nunca falla? Probablemente ninguno de nuestros hijos, jamás elegiría operarse, sin importar la gravedad de la afección. Debido a que nosotros tenemos mayor conocimiento de su caso, lo sometemos a la cirugía. De igual modo, nunca elegiríamos pasar por las pruebas y aflicciones, que nuestro Padre celestial a menudo permite que nos acontezcan. Él entiende plenamente el caso y sabe que después del dolor pasajero, estaremos mejor preparados para un futuro más gozoso.
Existe un hermoso paralelismo en esa ilustración: aunque sé que mi hijo mejorará como resultado del corte, aún así, sufro a la par con él. Me siento a su lado durante largas horas de la noche, sosteniendo su mano y atendiendo todas sus necesidades.
No piense ni por un momento, que nuestro maravilloso Padre celestial no hace lo mismo por nosotros. Al igual que un niñito, quizás lloremos de dolor y culpemos a nuestro Padre, por permitir que nos hagan la cirugía. Y como un padre humano, Dios posiblemente llore, porque no tiene manera de comunicar sus razones para someternos al dolor. Se nos hace imposible comprender la decisión de Dios para nuestra vida, así como a nuestros hijos les cuesta comprender las decisiones que tomamos por ellos.
Sería sumamente revelador considerar, cómo sería nuestra vida sin los misteriosos permisos de Dios, por más dolorosos que sean. Solo cuando veamos a Jesús cara a cara y razonemos en la esfera de la inmortalidad, podremos agradecerle por permitir, que las cosas hayan ocurrido exactamente como se dieron.
Al recordar algunas experiencias devastadoras de mi pasado, reconozco que alteraron todo el rumbo de mi vida. Fácilmente puedo ver, que cualquier cambio significativo en esos hechos decepcionantes, podría haberme llevado en una dirección totalmente contraria. Tiemblo al pensar en lo que podría ser mi vida ahora, si Dios no me hubiera dosificado esas amargas experiencias.
¡Qué gran diferencia marca en nuestra actitud, si consideramos el sufrimiento como una señal de la decisión especial de Dios, que pasemos la eternidad con él! Nos amó antes de que naciéramos y, según Pablo: “nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4).
¿Podemos escrutar la emocionante realidad de esa verdad? Dios tiene su mirada puesta en nosotros desde la eternidad. A lo largo de todos esos eones de tiempo, la sabiduría divina ha estado perfeccionando un plan detallado para nuestra santificación y salvación final. Cuando nos sometemos a él, sin duda, él realizará lo que determinó como absolutamente esencial, para llevar a cabo su plan en nuestra vida. Si ese plan incluye angustias ocasionales, e incluso desastres notorios de tanto en tanto, Dios nunca permitirá más de lo que podamos soportar. Él estará allí para medir y templar el horno, según nuestras fuerzas y nuestras necesidades.
¿Suena como una explicación artificial del problema del dolor y la angustia? Indudablemente será así para quien no cree en la existencia de Dios. Esta persona ridiculizaría la idea, que una Deidad omnipotente y amante, no intervenga para librar a sus seguidores de todos los problemas y el dolor. Con frecuencia, el creyente se siente presionado a justificar la aparente arbitrariedad, de que algunos sufran y otros se salven. ¿Cómo podemos responder a la acusación, que un Dios justo debería proteger a todo su pueblo, de todos los problemas en todo momento?
En primer lugar, admitamos que Dios tiene poder para hacer exactamente eso. Tiene el poder de prevenir accidentes. Podría comisionar a los ángeles y al Espíritu Santo, para invalidar la ley de causa y efecto en la vida de todos los cristianos. Estos no sufrirían resfriados fuertes, no se golpearían los dedos de los pies ni contraerían cáncer.
¿Cuál sería el efecto de ese plan? La respuesta es obvia. Todo el mundo se apresuraría a sumarse al bando cristiano, para protegerse de las aflicciones de la carne. El mundo se vería literalmente obligado a seguir a Cristo por razones puramente físicas. Dios no construye su reino apelando a esos motivos.
Parece lógico que Dios tuviese que permitir, que las leyes naturales se aplicaran a todos por igual, para demostrar la naturaleza incondicional de su amor. Los cristianos heredan las mismas debilidades genéticas que otros que no tienen fe. Tienen accidentes y con frecuencia mueren de las mismas enfermedades que acechan a los incrédulos.
Por ende, físicamente, ¿hay alguna diferencia en la forma en que sufren los cristianos y en la forma en que sufren los no cristianos? La respuesta a esa pregunta debe examinarse con mucho cuidado. Dios no revela ningún favoritismo en la forma en que permite, que la ley natural afecte a toda la humanidad. Cualquier diferencia que entre en juego, debe basarse en la respuesta individual, y no en alguna diferencia que Dios haga entre categorías o clases. Esta es otra forma de decir, que nadie en el mundo puede evitar que los problemas lleguen a su vida, pero todos pueden decidir, cómo incidirán esos problemas en su vida una vez que ocurren.
El cristiano afronta dificultades entregándose a la voluntad de Dios y orando para que su alma se beneficie de todo lo que Dios permita. Una fe tan vívida no solo da poder para soportar el sufrimiento con menos desconcierto, sino también, en algunos casos, para sanar la aflicción. Esta respuesta de Dios a la fe de una persona no tiene nada que ver con favorecer a determinada clase de personas. Dios todavía obra dentro del marco de la ley, pero esta vez de la ley espiritual, no de la natural. Esa ley no se circunscribe a ninguna nacionalidad, raza ni religión. Todos los que se acerquen a él con fe, accederán a la misma reserva de poder divino. Aunque el amor de Dios es incondicional, su poder sanador no. No obstante, las condiciones son las mismas para todos, y él se deleita en implementar para cualquier ser humano las leyes espirituales de pedir, creer y recibir.
Esta es la explicación humana más entendible, de la misteriosa forma en que algunos sufren y otros no. Algunos son librados y sanados, mientras que otros sufren y mueren. Dios aborda cada caso sobre la base de fe de esa persona y la clase de oración que presenta. Si su mayor preocupación es que Dios la moldee y la prepare para el cielo, su oración será que Dios determine todas las circunstancias de su vida con ese fin. Para responder a esa oración de fe, es posible que Dios tenga que permitir experiencias de dolor o aflicción.
Nuevamente, Dios tendrá que responder esa oración, según su conocimiento omnisciente acerca del futuro de esa persona. Solo se puede confiar en Aquel que prevé con precisión, las consecuencias de cada acto, para controlar las circunstancias de la vida.
¿Es difícil someterse a un Dios que no siempre explica sus actos omniscientes? Por cierto, sería imposible confiar en él, si no tuviéramos otras evidencias subjetivas de su compromiso con nuestra felicidad. Pero todo el que cree que Jesús estuvo dispuesto a morir en su lugar, tendrá que creer también que Jesús siempre obraría por su bien. Dios tendría que negar su propia naturaleza, para hacer algo en contra de Aquel a quien ama más que a su propia vida.
Esta es la certeza que sostiene, a quienes sufren en circunstancias inexplicables. Aunque no pueden entender por qué Dios permite su enfermedad, saben que sería totalmente contrario a la naturaleza de Dios, tolerar algo en contra de sus intereses supremos. La fe de ellos se atreve a creer, que si pudieran ver el futuro como Dios lo ve, no elegirían otro camino que el que él elige.
¿Hay evidencias de que los obstáculos y las dificultades a veces son necesarios para un bien mayor? La naturaleza misma da testimonio que es así. Algunas aves migratorias deben esperar vientos fuertes y opuestos, antes de poder alcanzar las alturas necesarias, para sus vuelos de larga distancia. Hay algunas frutas que no pueden madurar, hasta que no caen las heladas.
Creo que Pablo maduró para el reino, durante esas épocas de confinamiento solitario. Pienso que Juan necesitaba tomarse un descanso de la supervisión constante y extenuante de las iglesias. Es casi imposible, que los seres humanos reconozcan los límites de su resistencia física. Rara vez se detienen a tiempo para evitar un colapso perjudicial. Un naturalista de Cambridge, soltó una paloma que había nacido en una jaula. Por primera vez, el ave usó las alas para volar por el laboratorio. La paloma daba vueltas y vueltas, emocionada y agitada. Por último, completamente exhausta, el ave se estrelló impetuosa contra una pared y cayó al piso gravemente herida. Recién en ese momento el científico se dio cuenta, que la paloma había heredado el instinto de volar, pero no el de detener el vuelo. Si no hubiera estado dispuesta a arriesgarse a sufrir el impacto de un aterrizaje forzoso, la paloma habría muerto de estrés en el aire.
A veces, Dios tiene que frenar el ritmo vertiginoso de la gente, antes de que esta termine destruyendo su utilidad. La consternación de un alto repentino, puede ser difícil de entender y aceptar. La enfermedad, la pérdida del trabajo o incluso la tragedia, quizá sean necesarias para darle tiempo a la recuperación física y espiritual. “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10). En las horas de introspección y en los momentos de lenta recuperación posquirúrgica, muchos han encontrado el secreto de la vida en Cristo.
Tal vez, solo Dios entienda por qué el dolor a menudo es lo único que puede llamar la atención de los seres humanos. Nunca debemos culpar a Dios, por utilizar el único dispositivo que finalmente nos acercará a él. Por extraño que parezca, la prosperidad, el buen estado de salud y el viento en popa no atraen el alma hacia Dios. Un hombre estaba prisionero en una torre y trataba de alertar a los transeúntes acerca de su dilema. Ellos no podían escuchar sus gritos, por lo que comenzó a dejar caer monedas de oro de su bolsillo para llamar la atención. Si bien se disputaban todo el dinero caído, ningún peatón miró hacia arriba, para ver la difícil situación del prisionero. Finalmente, este logró romper un trozo de cemento de la pared derrumbada y lo dejó caer por la ventana. Este golpeó a un hombre en la cabeza y lo hirió. Solo entonces el hombre miró hacia arriba y recibió el mensaje de lo alto.
De la misma manera, damos por sentada toda clase de bendiciones. En vez de mirar hacia la fuente, estamos muy ocupados atesorando más del mundo que nos rodea. Solo cuando estamos heridos miramos hacia arriba y comenzamos a escuchar el mensaje que Dios ha estado intentando comunicar.
Los ciudadanos del condado de Coffee, Alabama, tardaron algunos años en comprender, por qué el gorgojo del algodón invadió sus campos y devastó la industria algodonera. Después de recurrir a la agricultura diversificada y, con el tiempo, duplicar sus ingresos con el cultivo de maní, los agricultores del condado de Coffee, erigieron un monumento al gorgojo del algodón. En la inscripción conmemorativa, se le da crédito a este gorgojo, por forzar el cambio de cultivos, lo que generó una prosperidad sin precedentes para esa zona.
Los cristianos deben prestar atención a las razones cuando llegan las pruebas. Generalmente, cuando se seca un arroyo, se abrirá una nueva puerta. Pero aún, si los años no aportan una explicación satisfactoria para la trágica pérdida, todavía deberíamos seguir confiando en Dios. Algún día, él lo esclarecerá. Mientras tanto, el consuelo de Aquel que comprende plenamente nuestras aflicciones y dolores nos sostiene. Jesús se convirtió en uno de nosotros, para poder experimentar el dolor y ser un intercesor fiel en nuestro favor. Solo quienes han pasado por el mismo sufrimiento, realmente pueden simpatizar y coincidir con nuestro corazón. Cuando un padre afligido exclamó: “¿Dónde estaba Dios cuando mi hijo murió en ese accidente automovilístico?”, la respuesta silenciosa fue: “Estaba exactamente donde estuvo, cuando torturaban y asesinaban a su Hijo en la cruz”.
¡Qué tremenda lección encontramos en esa respuesta! Si Dios no intervino para salvar la vida de su propio Hijo porque consideró que finalmente redundaría en un gran bien, entonces debió haber visto algún bien futuro cuando permitió que mi hijo también muriera. ¿No es esa la razón por la que pude sentir el toque dulce y personal del Padre en mi vida, durante esas horas sombrías de dolor? Él sabía exactamente cómo me sentía. Él podía suplir mis necesidades como ningún amigo humano podría hacerlo. ¿No se vio extraordinariamente fortalecida mi capacidad para consolar a otros, porque comparto un dolor similar con quienes perdieron a sus hijos?
Los cristianos no deberían hacerse ilusiones sobre el origen de las aflicciones. El pecado es la causa de todo el sufrimiento en el mundo actual. Con frecuencia se culpa a Dios de hacer la obra del diablo. Dios nunca ocasionó un cáncer. En la experiencia de Job, tenemos una imagen perfecta de la agenda maliciosa de Satanás, para afligir a los hijos fieles de Dios. Hasta ciertos límites, Dios permitió que el gran adversario probara a Job, y la conclusión triunfal de la historia, revela por qué Dios permitió que las cosas llegaran tan lejos. Job resurgió de las pruebas devastadoras, con una fe más firme y mayor prosperidad que antes.
Hay muchas razones por las que Dios permite que Satanás, tenga acceso limitado a sus seguidores, pero uno de los principales efectos positivos, es mantener a los cristianos constantemente en guardia contra el pecado. Mediante el ejercicio de una conciencia despierta, podemos reconocer y rechazar el primer acercamiento de nuestro astuto enemigo. El hecho de saber que él puede atacar en cualquier momento o lugar, fomenta un espíritu saludable de alerta defensiva.
Se cuenta la historia de un viejo pescador de Cape Cod, que siempre atrapaba la pesca más codiciada de toda la flota. Como sus peces eran tan vivaces y saludables, invariablemente tenían los precios más altos del mercado. En vano los demás pescadores intentaban develar el secreto de su éxito. Solo después de la muerte del hombre, su hijo reveló la fórmula, que era tan sencilla como efectiva. Después de asegurar su cargamento de peces en el tanque contenedor, el viejo pescador soltaba varios bagres agresivos en el tanque. El miedo constante al ataque mantenía a todos los peces comerciales en constante movimiento, y los preservaba del estado letárgico normal provocado por el cautiverio prolongado. Su incuestionable estado de alerta los convertía en los más deseables a la vista de los compradores.
¿Podemos ver en esta historia una posible razón para que el astuto Satanás nos hostigue? ¿Permite Dios que nos amenace para que constantemente podamos asumir una actitud protectora? Quizá esta provocación sea exactamente lo que necesitamos, para adoptar una necesaria actitud de vigilancia.
En los días de las guerras napoleónicas, antes de que se inventaran la radio o el telégrafo, los mensajes tenían que enviarse mediante señales de semáforo. Las banderas se podían descifrar incluso desde gran distancia, mientras deletreaban las palabras lentamente, letra por letra. Fue por este método que se informó sobre la batalla de Waterloo, a los ansiosos ciudadanos londinenses.
Durante años, Napoleón había luchado por poner a Europa a sus pies. Finalmente, su objetivo estaba al alcance de la vista y solo había una delgada línea roja de montañeses, que se interponía en su camino en Waterloo. Los bancos de Inglaterra habían invertido cada libra disponible en préstamos del gobierno, para derrotar a Napoleón. Si perdían la Batalla de Waterloo, Gran Bretaña estaría perdida.
En las costas de Dover, la gente de Londres se reunió para seguir atenta las novedades de la batalla. De repente vieron al otro lado del canal, que el gran semáforo comenzaba a moverse. Penosamente lentas, las letras comenzaron a formar las primeras palabras de un mensaje:
“W-E-L-L-I-N-G-T-O-N D-E-R-R-O-T-A-D-O”.
Entonces, de repente, una densa niebla se asentó sobre el lugar y ocultó las señales. Pero la gente había visto lo suficiente como para convencerse de que su general, había sido derrotado completamente. Desesperada, huyó de la ciudad. La milicia inexperta se precipitó a la costa, lista para morir en un desesperado combate cuerpo a cuerpo, con las fuerzas invasoras previstas. Levantaron barricadas y fortificaron las casas a toda prisa.
Durante dos días, Londres se resignó a la destrucción. Finalmente, la tormenta amainó y la niebla comenzó a levantarse. Los centinelas vieron que las banderas del semáforo comenzaban a moverse una vez más y deletrearon el mensaje lentamente:
“W-E-L-L-I-N-G-T-O-N D-E-R-R-O-T-Ó A N-A-P-O-L-E-Ó-N E-N W-A-T-E-R-L-O-O”.
La alegría de la gente no tenía límites, cuando se dieron cuenta de la verdadera magnitud de la noticia.
Al vivir en un mundo que a menudo se ve oscurecido por las lágrimas y la incomprensión humana, no siempre tenemos acceso a toda la verdad. Al igual que los londinenses desesperados, no podemos ver más allá de las aparentes tragedias del mensaje interrumpido. Cuando la niebla de la incredulidad se levante y el velo se quite por completo, finalmente reconoceremos que no hubo ninguna derrota. Había sido una victoria desde el principio, solo que no teníamos el resto del mensaje. El mensaje completo se entenderá, cuando Jesús mismo nos hable por encima de la niebla de nuestra limitada visión humana.
Mientras tanto, ¿cuál es la solución? La solución, amigo mío, es simplemente confiar en la promesa de Aquel que nunca nos ha fallado hasta ahora. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).