Otros dirigen su mirada al cielo y proyectan un viaje espacial fascinante hacia un lugar remoto, mucho más allá de los límites de nuestro sistema solar. Sus expectativas no se fundamentan en paisajes artificiales creados científicamente, y químicos reciclados. Esperan vivir en un hogar en el espacio, totalmente ajeno a las fallas e influencias humanas; un hogar libre de corrupción, orgullo, egoísmo y pecado; un hogar llamado cielo que se está preparando para ellos. Aguardan la esperanza de viajar allí, mucho antes de que los científicos de bata blanca construyan su colonia satelital.
No es difícil sentir empatía por aquellos que están hartos de los angustiantes problemas de nuestro planeta, y quieren emigrar a un ambiente más grato. Pero, ¿serían las condiciones artificiales, en una colonia espacial autosuficiente, superiores a las de nuestro gastado planeta Tierra? Es cierto, una atmósfera creada químicamente puede ser mantenida y regulada con mayor facilidad, pero ¿qué hay de los problemas básicos y fundamentales propios de la supervivencia?
La muerte y la enfermedad en el espacio exterior no podrían evitarse más de lo que se evitan aquí. El crimen y las injusticias seguirían a los seres humanos, donde quiera que vayan en el universo. Desilusión y pesadumbre continuarían marcando el breve curso de la existencia humana, simplemente porque, el mayor problema del hombre, es el hombre mismo. No puede eludir su naturaleza egoísta huyendo a otro lugar, ni siquiera a otro planeta. Tampoco puede librarse de su naturaleza mortal, cambiando de ambiente.
Lo que el hombre en realidad necesita, es una naturaleza pura y perfectamente integrada, que no esté sujeta a la enfermedad ni a la muerte; además de un ambiente perfecto en el cual vivir por la eternidad. Tal solución ideal, es la única que podrá resolver todos los problemas y cumplir los sueños de todas las personas que habitan el mundo. Salud perfecta, un hermoso hogar, un clima ideal y la vida eterna: ¿Qué más se puede desear?
¿Podrían estas increíbles condiciones hacerse realidad algún día? Los científicos dicen que no. Pueden prometer mejor salud y una expectativa de vida más larga, pero nunca la inmortalidad. Pueden mejorar la calidad del aire y las condiciones de trabajo, pero no pueden eliminar los gérmenes. Es lo más que pueden hacer. Pero se está preparando un lugar que es imposible describir con palabras. La mayoría de los científicos niegan su existencia, porque no creen que haya un Dios que viva en un lugar llamado cielo.
El profeta manifiesta aquí que “desde el principio del mundo”, los hombres nunca han visto ni oído la plenitud del plan de Dios. La insinuación es clara: Los seres humanos en algún momento vieron, oyeron y conocieron las cosas maravillosas que Dios preparó para su pueblo. De hecho, ese plan fue revelado a Adán y Eva en todo su esplendor. Dios quería que la Tierra fuera como el Edén, el Huerto del Señor. Les dio cuatro grandes regalos a nuestros primeros padres: la vida, un carácter justo, un hogar hermoso y dominio sobre la tierra. Poseerían esos dones por la eternidad, si elegían obedecer a Dios y no comer del árbol prohibido. Mediante la obediencia a su voluntad, Dios pretendía que la familia terrenal fuera perfecta y eternamente feliz.
Los ángeles deben haber llorado, al ver cómo el pecado invadía el perfecto mundo de la familia humana. Inmediatamente, todas esas provisiones originales comenzaron a desaparecer. Adán y Eva empezaron a morir conforme al pronunciamiento de Dios; su dominio pasó temporalmente a manos de Satanás; la imagen de justicia se distorsionó dentro de ellos; y fueron expulsados del jardín, su hogar. Los primeros tres capítulos de la Biblia presentan las consecuencias de esta gran pérdida. La entrada del pecado y el relato de la caída del hombre, se describen gráficamente en los capítulos 1, 2 y 3 de Génesis. Por el contrario, los últimos tres capítulos de la Biblia hablan de la restauración de todas las cosas. El fin del pecado y Satanás, así como la eliminación de la maldición, se explican en Apocalipsis 20-22.
Ahora, permítanme asegurarles que el hogar de los justos estará aquí en esta tierra. En las bienaventuranzas de Mateo 5:5, Jesús nos lo reitera: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Anótelo bien. El pueblo de Dios morará finalmente en este hermoso mundo; no como es hoy, sino como Dios lo ha preparado para los santos.
Tiene lógica cuando se piensa con detenimiento. Dios dispuso que sus hijos vivieran aquí cuando creó el mundo. Colocó a nuestros primeros padres en un paraíso sin mancha ni defecto.
Ahora bien, es cierto que el diablo hizo su entrada en escena e interrumpió el plan de Dios, pero no lo cambió. Dios finalmente hará realidad su gran propósito original, tal como fue revelado en el Jardín del Edén. Restaurará esta tierra a su estado primigenio. La hará nuevamente perfecta y sin pecado, y su pueblo vivirá en medio de la belleza de un Edén restaurado. Hoy día, los malvados poseen más de la tierra que los justos, y supongo que las compañías financieras, tienen más que ambos grupos juntos. Pero un día, dice Dios, los santos heredarán la tierra.
Seguramente nadie querría la tierra en su estado actual, porque es un caos. Podemos agradecer al Señor porque cuando nos la devuelva, será completamente diferente de lo que vemos hoy en día a nuestro alrededor. En Isaías 65:17 leemos estas hermosas palabras: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra.” Así lo relata el Antiguo Testamento, pero si vamos al Nuevo Testamento, encontraremos lo mismo en Apocalipsis 21:1: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”.
Nuestro antiguo y ensangrentado mundo, será reemplazado por completo, y todo rastro de pecado será eliminado para siempre. Pedro lo describe con estas palabras: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13). Esa es la clase de mundo que deseo: ¡Uno en el que more la justicia! Dios volverá a tener un planeta puro y limpio. Si un hombre no aprovecha la oportunidad de vivir allí, es el error más trágico que podría cometer. Que Dios nos ayude a alcanzar ese hogar con certeza y sin fracasar.
Es impresionante la cantidad de conceptos insustanciados y tergiversados que la gente acepta acerca del cielo. La mayoría lo ve como un lugar lejano y etéreo; esto es lo que el hombre promedio conoce sobre el cielo. Cree que está “allá arriba”, en alguna parte. Y en eso coincidimos, porque cuando Jesús se fue, ascendió (Hechos 1:9). Y dijo: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14: 2-3).
Hay que tener en cuenta que Jesús dijo, que el cielo era un lugar. Nueva York es un lugar, y el cielo será tan real como Nueva York. Jesús declaró que fue a preparar un lugar y luego volverá para llevarnos con Él a ese lugar. Esta no es una idea fantasmal e irreal. Los justos no se sentarán sobre nubes en el espacio, tocando arpas y cantando coros de aleluya por toda la eternidad. Esta es una imagen del cielo falsa y antibíblica.
La única razón por la que algunas personas no quieren ir al cielo es porque no saben cómo es. De vez en cuando, se encontrará con alguien que expresa claramente que no le importa ir al cielo, pero es porque tiene una idea equivocada de este. Los mitos populares han hecho que el cielo parezca aburrido y poco interesante.
La verdad sobre el cielo, lo hace uno de los lugares más maravillosos que podamos imaginarnos. La capital de esa futura tierra gloriosa se llama la Nueva Jerusalén, y actualmente está en construcción, según el testimonio de Jesús y de Pablo. Será un área tan grande como Virginia, el Distrito de Columbia, Pensilvania, Nueva Jersey y Rhode Island juntos. Si te parece increíble, no aceptes este argumento solo porque yo lo digo. Lo sustenta la Biblia: “Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Hebreos 11:16). Aquí se nos dice, que Dios está preparando una ciudad para su pueblo, ahora mismo.
Esto plantea algunas incógnitas. ¿Qué tipo de ciudad está edificando Dios para sus fieles? ¿Dónde la está preparando? Apocalipsis 21:2 responde: “Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido”. En este momento en el paraíso, muy por encima de las estrellas y los planetas, Dios está preparando mansiones para ti y para mí. Algún día, esa resplandeciente ciudad, descenderá sobre la Tierra y se convertirá en la morada eterna de los justos. Una vez terminada, ¿qué tan grande será? Apocalipsis 21:16 nos dice: “La ciudad se halla establecida en cuadro... él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios”.
Nota que la ciudad es perfectamente cuadrada y la circunferencia es de 12,000 estadios o unos 2,414 kilómetros. Dado que un estadio equivale a 0.2 kilómetros, significa que la ciudad mide 604 kilómetros en cada lado. Lo creas o no, dentro de sus gigantescos muros, se podrían colocar 450 ciudades del tamaño de Nueva York. Las calles son de oro puro y sus puertas son de perla maciza; no la componen diversas perlas, sino una sola perla. ¡Imagínate, si puedes, una ciudad de estas dimensiones, asentada aquí en la Tierra!
Puede que les sorprenda esto, pero en el cielo vamos a tener cuerpos de carne y hueso. Eso es lo que la Biblia enseña. Dos textos prueban este punto más allá de toda duda. En Filipenses 3:21 leemos: “El cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya”. Qué emocionante es saber que nuestra actual naturaleza física cambiará. ¡Tendremos cuerpos como el que tuvo Jesús después de su resurrección! No existe misterio alguno en esto, porque Jesús les explicó a sus discípulos todo sobre ese cuerpo. Dijo: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:39).
Primero, apareció y les dijo que era de carne y hueso. Luego, comió con ellos y, finalmente, fueron testigos de su ascensión corporal al cielo. Esta secuencia de eventos en la vida del Señor responde a muchas interrogantes concernientes a nuestra propia naturaleza en el más allá. Tendremos un cuerpo igual al cuerpo que Jesús poseía después de su resurrección.
CUATRO
Nos reconoceremos
Esto saca a relucir una cuestión interesante que ha dejado perplejas a millones de personas: ¿Nos reconoceremos en el más allá?
Mucha gente cree erróneamente, que el cielo será muy impersonal. La Biblia revela exactamente lo contrario. Aunque los problemas y tristezas anteriores se borrarán de la mente, sin duda alguna, no olvidaremos a nuestros familiares y amigos. ¡No seremos un simple nombre! La verdad es que nos conoceremos mejor en el cielo, de lo que nos conocemos ahora. Pablo escribió: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Corintios 13:12). Si entiendo bien el idioma español, esto significa que nos conoceremos mejor allá que aquí. En esta tierra no vemos las cosas muy claras, y a menudo no nos entendemos bien. En la tierra nueva eso nunca sucederá. Nos conoceremos tal como somos.
Jesús dijo: “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mateo 8:11). Indudablemente, esto quiere decir que reconoceremos a los grandes del Antiguo Testamento. No solo seguiremos unidos eternamente con los que amamos en la tierra, sino que también conoceremos a esos gigantes espirituales, descritos en las páginas de la Biblia, que tanto nos inspiraron.
A la mayoría les encanta asistir a las reuniones de familia y celebrar los regresos a casa. Qué deleite es encontrarse con viejos amigos, después de muchos años y renovar los lazos que nos unieron en el pasado.¬ El cielo no sería agradable si no nos reconociéramos. He tenido el gozo de llevar a miles de personas a Cristo, y espero encontrarme con ellos alrededor del trono de Dios. Sería inconcebible no tener la certeza, que al menos una de esas almas se mantuvo fiel hasta el fin, y recibió la corona de vida. Sin duda, nos encontraremos con personas que fueron ganadas para Cristo, por almas que conocieron a Dios a través de nuestro esfuerzo. Podremos ver el ciclo interminable de influencia, que vibra de corazón a corazón y que pasa de una vida a otra.
Imaginemos la emoción de escuchar a alguien decirnos ese día: “Fuiste tú quien influyó en mí para seguir a Jesús hasta el final. ¡Gracias! Oh, gracias por hacer posible que me encuentre aquí hoy”. De seguro, será muy gratificante para los ganadores de almas.
Pablo escribió a los filipenses: “Asimismo te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio, con Clemente también y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida” (Filipenses 4:3). Este versículo evidencia, que los nombres terrenales están registrados en los libros del cielo. No hay razón para creer que esos fieles trabajadores que colaboraron con Pablo recibieron algún tipo de nombre angelical nuevo, después de su conversión. Los nombres que les dieron sus madres judías son los mismos que están escritos en el libro de la vida. Lo mismo aplica hoy. Nombres como Juan, Roberto, Timoteo, Isabel y Diana están fielmente registrados como merecedores de la vida eterna, por medio de la fe en Jesús.
El libro de Apocalipsis presenta otra perspectiva sobre este tema. En una de las revelaciones, Juan vio la gloria de la Nueva Jerusalén. Fue tan deslumbrante que el profeta se sintió abrumado. En la revelación, mientras Juan se acercaba a los resplandecientes muros, vio que los cimientos de la ciudad lo conformaban 12 piedras preciosas; todas de diferentes colores. Luego notó que en cada una de las brillantes piedras, que servían de fundamento estaba inscrito un nombre. ¡Imaginémonos qué habrá sentido Juan, cuando reconoció su propio nombre en una de esas piedras! Los apóstoles serán honrados por la eternidad, al tener sus nombres galileos grabados en las enormes piedras que sostienen la Nueva Jerusalén. ¡Qué conmovedor debe haber sido para Juan!
Cuando la nueva Jerusalén descienda a la tierra, al final de los mil años, será restaurada a su forma original y perfecta. Dios morará entre los hombres y los santos habitarán tanto en la ciudad como en la nueva tierra. Tendremos una casa en la ciudad y una casa de campo. Jesús está preparando esa mansión en la Nueva Jerusalén (Juan 14:1-3). Construiremos nuestra casa de campo acorde a nuestras especificaciones (Isaías 65: 21, 22).
Creo que el Señor nos dará la bienvenida individualmente y nos mostrará la Ciudad Santa. Caminará a nuestro lado por las calles de oro, para mostrarnos los diferentes lugares de interés en la Nueva Jerusalén. Caminaremos a lo largo del río de la vida y, nos contará todo sobre el árbol de la vida que crece sobre el río y produce un fruto diferente cada mes. Nos llevará por una calle tras otra y, a medida que avancemos, finalmente veremos una mansión. Ver la mansión, tocará una cuerda sensible en nuestro corazón que nos hará pensar: “Oh, eso es lo que siempre he querido. ¡Esta es la mansión que me gustaría tener!” Y Jesús interrumpirá nuestros pensamientos y dirá: “Es tuya. La he preparado exacto como la querías. Es especialmente para ti”.
Además, podremos construir una casa de campo. ¿Recuerdas que Isaías prometió que edificaremos casas y habitaríamos en ellas? Y podremos elegir la ubicación. Tendremos un hermoso mundo nuevo, y podremos escoger el lugar que mejor se ajuste a nuestra personalidad, y construir nuestra casa allí. A veces cierro los ojos y trato de pensar en un lugar que me agradaría, y se me vienen a la mente muchos, que me harían feliz. Será un lugar sin mancha de pecado, porque no habrá maldición sobre la tierra. No nos preocuparán los ladrones ni perderemos la casa en un incendio. He hablado con gente cuyas casas y posesiones han sido destruidas por el fuego. Otros han perdido los ahorros de toda su vida, por culpa de estafadores y ladrones.
Algunos dicen: “Bueno, no sé construir. No me interesa construir casas”. No consiste en la clase de trabajo arduo, que realizan los carpinteros o constructores en este mundo. No, por supuesto que no será así. Por el momento, no se preocupen por sus conocimientos sobre construcción. No habrá límite para el conocimiento que adquiriremos. Tendremos toda una eternidad para aprender y entender. Si no sabes nada de música, podrás tomar un curso. Únete al coro celestial. Puedes ir a la sección de bajos y aprender a cantar bajo; luego ir a la sección de tenores y aprender a cantar como tenor. Puedes cantar todas las voces y aprender todo lo que quieras sobre música.
Puedes aprender arquitectura y edificar. Aprender sobre la naturaleza, o quizás estudiar astronomía. A veces, cuando miramos hacia el cielo y vemos una pequeña estrella amarilla que destella en el suroeste, decimos: “¿Qué será esa pequeña luz allá arriba?” Algún día, no hará falta preguntarnos, simplemente diremos: “Creo que iré y lo averiguaré”. Podremos entonces visitar esa estrella. Así será la tierra nueva. Viajaremos a la velocidad de la luz, como lo hacen los ángeles. En una ocasión, Daniel empezó a orar y antes que terminará su oración, un ángel vino desde el cielo para estar a su lado. El ángel le dijo: “Daniel, cuando empezaste a orar, Dios me envió desde su trono y ahora estoy aquí, en respuesta a tu oración”. Viajaremos así de rápido. Visitaremos el amplio e inmenso universo de Dios y entenderemos cosas, que ninguna mente humana ha podido comprender hasta ahora.
A menudo, la gente me pregunta, si habrá animales en el cielo. La Biblia tiene una sorprendente cantidad de referencias con relación a esta pregunta. ¡Los amantes de las mascotas la van a pasar en grande allí! “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:6-9).
En ocasiones, hemos oído hablar de leones que han sido domesticados y permiten que los niños se trepen y jueguen sobre sus espaladas. Aunque también hemos leído historias de mascotas, que de repente se convierten en animales salvajes y atacan a los niños.
Los estragos del pecado han hecho que la naturaleza animal sea, en el mejor de los casos, impredecible. Pero, en el Edén restaurado de Dios, no habrá que preocuparse de que los leones, leopardos, osos o serpientes se tornen violentos. Mucho menos, los amados animales domésticos.
En este mundo, todo ser creado tiene que estar en guardia siempre para defenderse de los ataques. El reinado de dientes y garras ha creado un ambiente de constante miedo en el reino animal. Las aves nunca parecen relajadas. Mueven la cabeza de un lado hacia otro, en estado de alerta para defenderse de posibles atacantantes.
Lamentablemente, solo en ese paraíso restaurado, podremos bajar la guardia contra la violencia y el crimen de otros seres humanos. Por primera vez, desde los tiempos del Edén, los hombres podrán confiar en otros. Allí no habrá nadie que pueda infligir daño o hacer infeliz a otra criatura.
¿Lloraremos por los seres queridos que no estén en el cielo? Sin duda lloraremos cuando descubramos que no están, pero Dios enjugará toda lágrima de nuestros ojos.
Una de las más grandes promesas de la Biblia se encuentra en Apocalipsis 21:3, 4: “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. ¿No es maravilloso? Si el cielo no fuera más de lo que describen estos dos versículos, ¡Yo, quisiera estar allí! ¿Y tú? No más llanto, dolor, muerte ni separación.
En Isaías 33:24, leemos algo más sobre los que vivirán en ese nuevo mundo: “No dirá el morador: Estoy enfermo”. A veces, cuando me encuentro con personas el sábado por la mañana, les pregunto: “¿Cómo están?” De vez en cuando, alguien contesta: “No me siento muy bien. Creo que debí quedarme en cama”. Bueno, tal vez debió quedarse, pero amaba tanto al Señor, que quería venir a su casa de adoración. Sí, la gente se enferma aquí, pero en el cielo, no se usará esa expresión.
La enfermedad desparecerá por completo. Ni siquiera preguntaremos: “¿Cómo están esta mañana?” Sabremos como están. Estarán bien. No estarán enfermos. Se sentirán perfectamente bien. La eterna lozanía de la juventud se reflejará en cada rostro. Nadie dirá: “Estoy enfermo”. Nadie sentirá la desesperación de ver sufrir a sus seres queridos, estar al borde de la muerte y morir.
¡Oh, anhelo esta experiencia más que cualquier otra cosa! Los niños vivirán seguros en ese nuevo reino que Dios está preparando para nosotros. Padres, permítanme decirles lo siguiente, y seguramente se sentirán muy reconfortados, sus hijos nunca estarán en peligro de ser atropellados por un automóvil. No olvido la escena frente a la carpa donde tuvo lugar nuestra reunión de evangelización en Louisville. Justo en medio de la calle, vi a una niña que había sido atropellada por un automóvil. No he podido borrar de mi mente, la escena de ese pequeño cuerpo sin vida.
La Biblia dice que los niños estarán en el cielo, jugarán en las calles y nunca sufrirán daño. “Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas” (Zacarías 8:5). ¿No será maravilloso? Padres, ¿alguna vez se pararon en seco al escuchar el rechinar de los frenos de un automóvil? ¿Y corrieron, con el corazón en la boca, hacia a la ventana, para ver si su hijo estaba en la calle? Les ha pasado más de una vez. ¿Cierto? Pero tengan la certeza de que sus hijos están seguros en la tierra nueva. Y cuando jueguen junto al río de la vida, no se preocuparán por ellos. No se caerán ni se ahogarán. “No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová” (Isaías 65:25).
Los niños van a crecer en el cielo. La Biblia dice que crecerán como terneros en el establo, y pienso que los adultos también vamos a crecer. Creceremos espiritual e intelectualmente.
Ahora voy a decir algo que no puedo probar con la Biblia. No puedo citar un versículo que sustente esta declaración, así que tómalo o déjalo; Pienso, que al principio, tendremos un pequeño problema cuando conversemos con Adán. Fue creado a imagen de Dios, y nuestras pobres mentes se han entorpecido como resultado de las tendencias y debilidades heredadas durante los 6,000 años de pecado. Tendremos que desarrollar bastante nuestro intelecto para estar al nivel de Adán, pero aprenderemos con rapidez.
Sin duda, creceremos también físicamente. Estoy seguro de que Adán era mucho más alto y fuerte, que cualquier hombre de ahora. La Biblia dice que había gigantes en la tierra en esos días. En el libro de Génesis se describe a un hombre con una altura de 3 metros. Es posible que Adán y Eva hayan medido entre 3.6 y 4.5 metros de altura. Creo que la maldición final del pecado será quitada, a medida que nos asemejemos más a la imagen de Dios, tal como se reflejó en Adán y Eva. ¡Qué emocionante será acercarse a ese gigante, extenderle mi mano y decirle: “Mi nombre es Crews”! Adán bajará la mano, me mirará como a un niño y dirá: “Hola, soy Adán”. Tengo muchos deseos de conocer a Adán.
En referencia a los acontecimientos del fin, Malaquías dice: “Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada” (Malaquías 4:2). Interpretamos, a menudo, este pasaje como que los padres verán a sus hijos crecer hasta que logren la madurez espiritual, pero ¿no podría esto también aplicarse a nosotros según superamos los devastadores efectos del pecado? Aunque no podemos ser dogmáticos en este punto, es probable que así sea.
Todos los defectos quedarán atrás cuando vayamos al cielo. En Isaías 35:5-6 encontramos una hermosa promesa: “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad”. Uno de los mayores goces será escuchar las voces de los que anuncian: “¡Puedo ver otra vez!”; “¡Puedo oír!” y “¡Soy fuerte!” Las dolencias de la vejez desaparecerán para siempre y veremos florecer la eterna juventud. Tendremos una mente despierta y alerta.
Cuando vivía en la India, veía a menudo desgarradoras escenas de sufrimiento y miseria. En ciertos lugares, las calles estaban bordeadas de mendigos: inválidos, con cuerpos y mentes deformes, leprosos y ciegos. Ni un solo recuerdo de estas experiencias afligirá a los habitantes de esa gloriosa tierra renovada.
La Biblia dice: “Correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40:31). Con cuerpos infatigables, podremos explorar la majestuosa expansión de la Ciudad de Dios. Tomará solo un fragmento de la eternidad, atravesar cada calle de la Nueva Jerusalén, con un muro de 2,414 km, construido de jaspe puro. Cada centímetro cuadrado de este planeta reconstituido resplandecerá con la más excepcional belleza y atractivo. A los que les encanta viajar, el cielo será un lugar especial. Todo el universo no caído, estará disponible para estudiarlo. Visitaremos millones de fascinantes planetas, sistemas solares y galaxias que nunca fueron corrompidos por el pecado. Iremos donde nos plazca, nos quedaremos todo el tiempo que deseemos y regresaremos tan rápido como un relámpago. ¿Hay algo mejor?
Quizás te guste la gente tanto como a mi. ¿Alguna vez has pensado en el gozo que te producirá conocer a los personajes de la Biblia? En mi biblioteca tengo un libro en el que el autor trata de explicar de forma simple, cómo fue que Noé metió todos esos animales en el arca. Es un tanto confuso, pero me gustaría sentarme a platicar con Noé. ¿Y tú? Eso es lo que haremos algún día. Podremos preguntarle cómo hizo para meter todos esos animales, y cómo logró que se quedaran allí durante más de un año.
También he pensado en Abraham y en ese terrible día cuando, por orden de Dios, tomó a su propio hijo para sacrificarlo en la cima del monte Moriah. ¡Oh, qué experiencia debe haber sido para Abraham! He tratado de imaginar lo que sintió ese padre, mientras subía la ladera de la montaña, sabiendo que tendría que matar a su amado hijo con su propia mano. Algún día, quiero preguntarle a Abraham sobre esa horrible experiencia y él me explicará lo qué sintió, cuando estaba a punto de quitarle la vida a su propio hijo.
Luego, quiero hablar con el centurión que se encontraba cerca de la cruz y vio a Jesús crucificado, y dijo: “Verdaderamente éste era el hijo de Dios”. Me gustaría conocer más detalles sobre ese aciago día, ¿Y ustedes? Madres, ¿les gustaría hablar con María? De los primeros treinta años de la vida de Jesús, de los que no sabemos mucho. ¿Les gustaría preguntarle a María cómo era Jesús de niño y adolescente?
Incluso haciendo un extraordinario ejercicio de imaginación, resulta difícil visualizar ese encuentro con personajes bíblicos, que hemos aprendido a amar y respetar. Sin embargo, es emocionante anticipar cómo será conocerlos.
He visitado muchos países y he visto cosas que no tienen paragón, como el majestuoso Taj Mahal en la India. He visto las imponentes montañas suizas y los hermosos jardines de tulipanes de Holanda; pero el cielo será inmensurablemente más hermoso que cualquiera de estas atracciones. Algunos amigos visitaron el Valle de Cachemira, ubicado entre los grandes desfiladeros de las montañas del Himalaya. ¡Me dicen que nada en la tierra se puede comparar con esos hermosos valles!
Otros amigos en Pakistán visitaron Shangri-La en Hunza, y me contaron de los plácidos lagos y las hermosas montañas. Todo esto suena maravilloso, pero recuerda que la Biblia dice, que no hemos escuchado nada que suscite la más leve idea de lo que es el cielo en realidad.
El texto continúa diciendo, que no nos hemos siquiera imaginado su verdadera belleza, ni ha penetrado al corazón del hombre. Yo tengo una prolífica imaginación y sueño con cosas extraordinarias; pero aún así, la Biblia dice, que ni siquiera se acerca a la belleza y la gloria del cielo.
Uno de los aspectos más gratos de esa santa morada, es que será una ciudad limpia. “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27). ¿Te imaginas una ciudad, mucho menos un planeta, en la que no se sienta el olor nauseabundo del humo del cigarrillo? Dios tendrá un universo sin límites, donde no existen venenos químicos. Las calles de oro no estarán inundadas de latas de cerveza vacías y colillas de cigarrillo. La contaminación del cuerpo, del aire y de las calles será algo desconocido, en la capital real de Dios.
Crecí cerca de Winston-Salem, Carolina del Norte, donde el olor desagradable del tabaco flotaba en las calles de la ciudad. Al ser uno de los mercados más grandes del mundo de esa inmunda hierba, exudaba el familiar y penetrante olor a tabaco añejo. Fue un alivio irme de esa zona, donde la belleza natural quedó opacada, por el miasma de la contaminación de la nicotina.
Tiempo después, acepté un llamado para ser misionero en la India y junto a mi familia, nos trasladamos a la hermosa ciudad de Bangalore. Nos instalamos en un acogedor búngalo que alquilamos. Cuando sopló el viento del este, descubrimos lo que había detrás del muro rojo, al otro lado de la calle: ¡Una fábrica de tabaco! Por unos años más, soportamos el desagradable olor del procesado veneno.
Al regresar a Estados Unidos, acepté la invitación para pastorear una iglesia en Louisville, Kentucky. Al entrar a la ciudad, sentimos un olor familiar: ¡Nuevamente era el tabaco! Pero esta vez, combinado con la fetidez del alcohol fermentado. Nos enteramos que la ciudad de Louisville era famosa por su tabaco y destilerías. Estoy convencido que no me libraré de estas influencias corruptas, hasta que no me establezca en la limpia ciudad de la Nueva Jerusalén.
Hemos hablado de los dramáticos cambios de estilo de vida, que caracterizarán a los que hereden la nueva tierra. Tratamos de explicar en lenguaje humano el gozo y el deleite de morar en un entorno perfecto, libre del pecado y de su degradante influencia. Cada circunstancia ha sido desafiante e interesante. Nos hace querer dejar este valle de lágrimas tan pronto como sea posible.
Nuestros sentidos se avivan ante la perspectiva de los beneficios físicos de una existencia sin enfermedad, dolor ni muerte. Sin embargo, el mayor placer reservado para los redimidos, no tiene que ver con el estilo de vida, la comida o la naturaleza inmortal. El más dulce deleite del cielo será ver a Jesús cara a cara y vivir con Él por toda la eternidad. ¡Qué privilegio! Ver las huellas de los clavos en sus manos y ser receptivos a su instrucción divina en la ciencia de la salvación.
La pregunta que les dejo es: Cuando llegue ese día y los santos de Dios marchen hacia esa ciudad ¿Estarás tú entre ellos? Abraham estará allí y, junto con Isaac, Jacob, José, Pedro y Pablo, entrarán por las puertas. Cuando lo hagan, ¿estarás tú adentro también? Si queremos, podemos hacer una reservación ahora.
Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos estadounidenses quedaron atrapados en Singapur; y aunque el gobierno les proporcionó ayuda, se les dificultó salir, debido a las vicisitudes de la guerra. Cierto día, un hombre elegante y bien vestido entró en la embajada de los Estados Unidos y dijo: “Sáquenme de aquí; quiero salir lo más pronto posible”. El embajador dijo: “Está bien, ¿Dónde está su pasaporte?” El hombre respondió: “No tengo pasaporte”. El embajador preguntó: “¿Es ciudadano?” Él respondió: “Bueno, no. Nunca he sacado ningún documento, pero he vivido allí toda mi vida. Tengo negocios allá y una cuenta bancaría, y me encanta Estados Unidos. Soy estadounidense”. El embajador dijo: “Lo siento, no puedo hacer nada por usted. Si no es ciudadano, no puedo ayudarlo”. El hombre se fue decepcionado.
Poco tiempo después, entró otro hombre vestido con ropa vieja y raída. Habló con un marcado acento, mientras pedía que le hicieran una reservación para salir en el próximo vuelo. El embajador preguntó: “¿Dónde están sus documentos?” El hombre respondió: “Aquí están. Los obtuve justo antes de salir del país”. El embajador extendió la mano y dijo: “Nuestro gobierno le garantizará su seguridad”.
Ambos hombres amaban los Estados Unidos. Ambos decían ser estadounidenses, pero solo uno tenia sus documentos; solo uno tenía su pasaporte. Solo uno pudo hacer la reservación. Si lo deseas, puedes hacer tú reservación, pero antes, debes convertirte en ciudadano de ese reino celestial. Haz tu reservación ahora mismo. Cuando llegue ese día, podrás unirte al pueblo de Dios de todas las edades, y vivir en esa hermosa ciudad bajo las condiciones ideales que hemos descrito. ¡No te lo pierdas!