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Enséñanos a Orar

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Enséñanos a Orar

Un Hecho Asombroso: Durante la batalla de Valley Forge, las tropas revolucionarias se encontraban atrincheradas en el campo de batalla padeciendo de frío y hambre. Un día, un granjero que vivía cerca, les trajo provisiones. Atravesando el bosque de regreso a su casa, escuchó que alguien hablaba. Siguiendo el sonido de la voz, llegó hasta un claro y vio a un hombre de rodillas sobre la nieve orando. El granjero se apresuró a llegar a casa y muy emocionado le dijo a su esposa: «¡Los americanos van a lograr independizarse!» Ella le respondió: «¿Cómo lo sabes?» «Escuché a George Washington orar en el bosque hoy, y el Señor de seguro escuchará su oración. ¡Lo hará! Puedes estar segura de que lo hará», respondió el granjero. El resto, por supuesto, es historia.
América fue fundada sobre los sólidos pilares de la oración. Los revisionistas insisten en hacernos creer, que los signatarios de la Declaración de Independencia eran panteístas, deístas o agnósticos, quienes no le daban mucha importancia a Dios. Si esta declaración fuese cierta, entonces los agnósticos de ese tiempo oraban mucho más que los cristianos de hoy. Nuestro primer presidente, solía arrodillarse frente a una Biblia abierta cada mañana y cada noche para pedir la dirección de Dios. Una razón por la que nuestra nación sufre tanta decadencia moral es porque el pueblo de Dios no dedica tiempo a orar por ella.

Lo interesante es que Jesús también necesitaba la oración. Asumimos que su fe era inquebrantable, pero la Biblia nos dice que Jesús se levantaba temprano cada mañana y salía solo a orar. A veces oraba toda la noche, como lo hacía antes de escoger a sus discípulos.

Después de reflexionar sobre la vida de oración de Jesús, me di cuenta que no oro lo suficiente y que tampoco sé orar. La oración es vital en la vida del cristiano. Todo reavivamiento va de la mano con la oración. En el Pentecostés, Dios derramó el Espíritu Santo después que la nueva iglesia se mantuvo en oración por 10 días. “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.” (Hechos 4:31). Necesitamos orar más como iglesia y como individuos.

Charles Spurgeon afirmó que: “Todas las virtudes cristianas están contenidas en la palabra oración”. Una de las principales tareas del cristiano es orar, para lograr comunicarse en forma directa con Dios.

William Carey fue misionero en Myanmar, la India y las Antillas, pero también era zapatero. La gente lo criticaba por “descuidar” su oficio y dedicar más tiempo a orar, suplicar y dar gracias. Carey respondió: “Reparar zapatos es una ocupación secundaria que me permite pagar los gastos. La oración es mi principal ocupación”. Y Dios lo usó poderosamente para convertir a muchos. En referencia a este tema, Martín Lutero comentó: “Así como el trabajo del sastre es confeccionar ropa, el trabajo del cristiano es orar”.

¿Cómo se aprende a orar? Me hacen esta pregunta con frecuencia, pero la verdad es que yo mismo le pido a Dios: “Señor, enséñame a orar”. Los discípulos le hicieron esta pregunta a Cristo, cuando regresaba de estar a solas en oración. Su rostro resplandecía con la luz del cielo y se notaba vigorizado por el Espíritu Santo. No es de extrañar que suplicaran: “Señor, enséñanos a orar”. A pesar de haber asistido al templo toda su vida, elevado cientos de plegarias y escuchado las oraciones en voz alta de los sacerdotes en incontables ocasiones, cuando vieron a Cristo, los discípulos se percataron que les hacía falta algo. Como la mayoría de nosotros, habían descuidado su principal ocupación.

Tristemente, muchos no comprenden el verdadero significado de la oración —quizás la oportunidad y el privilegio menos apreciados a nuestra disposición—. Lo cierto es que todo cristiano necesita el don de la oración, porque es el aliento del alma. Jesús dijo: “No tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Santiago 4:2). Con esto no quiere decir que no oramos, sino que no sabemos orar. La pregunta es: ¿Cómo y qué pedir?

Creo que la mejor manera de averiguarlo es, echando un vistazo al modelo que nuestro Señor nos dejó en la Biblia, “El Padre Nuestro”, para aprender cómo quiere Dios que nos comuniquemos con Él.

“El Padre Nuestro” consta de siete peticiones que se dividen de manera similar como se dividen los Diez Mandamientos. Las primeras tres hacen referencia a la relación vertical que tenemos con Dios y las últimas cuatro tienen que ver con la relación horizontal que mantenemos con nuestros semejantes. El primer y gran mandamiento es amar al Señor y el segundo es amar al prójimo. Dios debe ocupar el primer lugar en nuestras oraciones; su consejo y voluntad deben ser de fundamental importancia en nuestras vidas. Pero tampoco podemos descuidar las relaciones con los demás aquí en la tierra, por lo que la oración modelo de Jesús también incluye a quienes nos rodean.

Por ahora nos concentramos en las tres primeras peticiones y luego enfocaremos nuestra atención en las oraciones que elevamos por nuestros amigos, familiares y vecinos. Al final, analizaremos algunas respuestas bíblicas y prácticas a las interrogantes más frecuentes que surgen sobre la oración.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que las tres primeras peticiones reflejan una relación singular con la Deidad. La primera petición tiene que ver con el Padre, “Padre nuestro... Santificado sea tu nombre”. La segunda petición hace referencia al “reino”, representado por el Hijo. Jesús empleó en muchas parábolas la ilustración del Hijo que recibe un reino y vuelve como Rey de reyes. Sin el Hijo, no sería posible tener acceso al Padre. Y en cuanto a “tu voluntad”, ¿Quién es el que nos ayuda a discernir la voluntad de Dios? El Espíritu nos muestra la voluntad de Dios e inspira en nosotros el amor por Cristo. Es el que nos induce a hacer la voluntad de Dios. Tenemos entonces al Padre, al Hijo y al Espíritu representados en las tres primeras peticiones del Padre Nuestro.

El papel de Dios como Padre es un tema que está presente en toda la Biblia. Es el creador de la vida y el protector de sus hijos. En el Antiguo Testamento se lo llama: “Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6). Dios es todopoderoso y omnipotente y nos proporciona todo lo que necesitamos. No solo es el soberano del universo que gobierna desde el cielo, sino también el ser a quien podemos acercarnos como a un padre.

El título “Padre Nuestro” reafirma que somos sus hijos. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (1 Juan 3:1). Dios está dispuesto a adoptarnos como sus hijos. ¡Qué reconfortante verdad! Nuestro Padre nos asegura que tenemos acceso a la herencia que nos compartió mediante de Cristo; que pertenecemos a la familia celestial. La Biblia nos dice: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:11) Podemos acudir al Padre sabiendo que tiene reservado lo mejor para nosotros.

La frase misma “Padre Nuestro” está revestida de amor. Con seguridad podemos acercarnos a Dios con amor, aún cuando nos discipline. Proverbios 3:12 dice: “Porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere”. El Salmo 103:13 añade: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen”. La implicación aquí es que somos una familia de hermanos y hermanas que oramos a Nuestro Padre. Dios no solo es mi padre, sino también tu padre.

Lo anterior nos recuerda otra de las razones por las que es una oración modelo. Observemos que el pronombre personal “yo” no aparece ni una sola vez en la oración. Solemos usar los pronombres “yo” o “mí” cuando oramos, pero en esta oración, el pronombre utilizado designa colectividad. En nuestra cultura, las prioridades están invertidas: primero soy yo, luego los amigos y por último Dios. En la Biblia, lo primero es amar al Señor, luego al prójimo y por último amarse uno mismo.

La oración modelo también nos muestra cuán cerca o cuán lejos está el Señor de nosotros. La expresión “Padre Nuestro” denota intimidad y cercanía, pero la frase “en los cielos” transmite una sensación de la lejanía de Dios. Estamos separados de Dios y lo admitimos cuando decimos: “¡Hay un problema! Nosotros estamos aquí y tú estás allá.” ¿Qué ha causado esta separación? Isaías subraya: “Pero vuestras iniquidades [pecados] han hecho división entre vosotros y vuestro Dios” (Isaías 59:2).

En el jardín del Edén, Dios le preguntó a Adán: “¿Dónde estás tú?” Cuando oramos, reconocemos ante Dios que estamos lejos de Él —similar a lo que hizo Adán cuando se escondió de Dios—. Fuimos echados del paraíso; pero hay esperanza. ¿Sabías que los primeros tres capítulos de la Biblia hablan de cómo entró el pecado al mundo por medio de la serpiente y por qué fuimos echados del paraíso y separados del cielo? ¿Sabías también que los últimos tres capítulos tratan acerca de cómo la serpiente es destruida, sobre la restauración del paraíso y que vamos a volver a reunirnos con Dios?

Otro motivo por el cual se emplea la frase “que estás en los cielos”, es distinguir entre nuestro padre terrenal y nuestro Padre celestial. Los padres terrenales, por su condición humana, son débiles, carnales y pecadores. En contraste, el Dios del cielo es perfecto. Existe la tendencia inconsciente y natural de relacionarnos con Dios de la forma como nos relacionamos con nuestros padres terrenales. Los que tienen padres permisivos piensan que Dios también lo es. Los que tienen padres muy estrictos a menudo ven a Dios como un juez severo.

Eso nos lleva a reflexionar en el hecho que necesitamos pasar más tiempo en oración, pidiendo a Dios que nos ayude a corregir los errores que cometimos con nuestros hijos. Cuando la Biblia dice: “Padre Nuestro que estás en los cielos”, nos insta a mirar más allá de nuestras relaciones terrenales imperfectas, a reconocer que Dios es nuestro ejemplo perfecto y a acercarnos a Él directamente. No estamos obligados a contemplar a Dios a través de los cristales rotos de nuestra experiencia familiar.

Nos hemos acercado a Dios porque él es nuestro Padre que está en los cielos. Y nuestra primera petición a Dios es “Santificado sea tu nombre”. Ahora bien, el nombre de Dios es un punto importante en la gran controversia entre el bien y el mal. El objetivo principal del plan de salvación es defender la gloria de Dios.

Satanás ha denigrado el nombre Dios. Con toda seguridad conoces a alguien que haya hecho la pregunta: “¿Por qué si Dios es amor, mueren tantos niños inocentes?” Las compañías de seguros llaman a los terremotos, inundaciones y otros desastres naturales “un acto de Dios”. ¿Cómo se ve afectada la reputación de Dios? El diablo sabe cómo difamar el nombre de Dios. Presenta a un Dios bueno, maravilloso, amoroso, paciente y misericordioso, como un tirano cruel e indiferente que castiga arbitrariamente a sus criaturas. El nombre de Dios ha sido profanado por Satanás.

Por tanto, el objetivo del cristiano, por la gracia de Dios, es defender su nombre y revelar la verdadera imagen de Dios. Desgraciadamente, no sentimos la necesidad de orar “Santificado sea tu nombre”, porque no somos muy buenos santificando el nombre de Dios. En la Biblia aparecen incontables ejemplos de cómo el propio pueblo de Dios deshonra su nombre, aún más que los paganos. Y los tiempos no han cambiado mucho desde la antigüedad.

Recuerda que al principio dijimos, que la oración del “Padre Nuestro” es un reflejo de los Diez Mandamientos. El tercer mandamiento dice: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano” (Éxodo 20:7). Usar el nombre de Dios a manera de profanidad es una forma de violar este mandamiento. Pero tomar el nombre de Dios en vano es similar a cuando una esposa adopta el apellido de su esposo. Cuando eres un cristiano bautizado, adoptas el nombre de Cristo, pero si vives como el diablo después de haber adoptado el nombre de Cristo, estás tomando su nombre en vano. ¿Quién afecta más la reputación de Dios, un incrédulo o un cristiano que vive de acuerdo a los estándares del mundo?

Los cristianos deberían anunciar las bondades de Dios, en vez de causar daño a su obra. Vemos cómo profesos cristianos atacan y matan a otros en países tales como Irlanda, África y Croacia. ¿Cómo perjudica esto la imagen de Dios? Jesús declara: “Amad a vuestros enemigos …vence con el bien el mal” (Mateo 5:44, Romanos 12:21). Cristo es injuriado por la conducta de quienes toman su nombre en vano. Cuando oramos, “Santificado sea tu nombre” estamos pidiéndole a Dios que nos ayude a honrar su precioso nombre en hechos y en verdad.

Estamos en medio de una batalla entre dos reinos. El enemigo tomó posesión del mundo cuando Adán y Eva le entregaron el dominio sobre la tierra que Dios les había otorgado. Desde entonces, la prioridad de los hijos de Dios ha sido “Busca[r] primeramente el reino de Dios” (Mateo 6:33).

Es importante hacer la distinción entre los dos reinos de Dios: el espiritual y el físico. El reino espiritual es visible en el mundo actual, como lo indica Lucas 17:21: “Porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros”. Cuando Jesús comenzó a predicar después de su bautizo, dijo: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Este aspecto del reino está disponible ahora. Si le has permitido a Cristo entrar en tu vida, Él reina desde su trono en tu corazón. Pablo en Romanos 6:12 nos dice: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal” tan solo deja que Jesús sea tu Rey y te oriente en todo lo que hagas. Este es el reino que debemos buscar primero: El reino espiritual de Dios que mora en nuestros corazones.

Pero algún día los mansos heredarán la tierra y el reino físico de Dios reinará en este mundo. ¿Crees que oraríamos: “Venga tu reino”, si el reino de Dios ya estuviese establecido aquí? Cuando Jesús estaba a punto de ascender al cielo, según nos dice Hechos 1, los discípulos le preguntaron: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” Jesús les respondió: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hechos 1:6, 7).

El mensaje central del libro de Daniel es que los reinos e ídolos del mundo, ya sean de oro, plata, bronce o de arcilla, serán desmenuzados por la Roca Eterna: El reino de Dios. “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44).

Por el momento, somos embajadores del imperio de Dios y anunciamos el reino que un día será establecido en la tierra. Cristo declaró: “Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí” (Lucas 22:29). Cuando el ladrón en la cruz se dirigió a Cristo, le dijo: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”, estaba aceptando a Jesús como su Rey (Lucas 23:42). El aceptar primero el reino espiritual en su corazón, le dio acceso al reino físico de Dios.

La frase “el reino de Dios” aparece 70 veces en el Nuevo Testamento. ¿Por qué? Porque hay dos reyes en guerra, Jesús y Satanás, quien es el príncipe de este mundo. Por eso tenemos que orar para que el reino de Dios se establezca primero en nuestros corazones y luego en nuestro entorno.

Contrario a la creencia popular, la voluntad de Dios no siempre se cumple en este mundo. Yo respetuosamente discrepo con la noción de que todo lo que sucede es por voluntad del Creador. Cuando algo malo sucede, como un tornado por ejemplo, inevitablemente alguien dice: “Bueno, debe haber sido la voluntad de Dios”. No creo que la Biblia enseñe esta postura, y si fuera así, ¿Por qué Dios nos pide que oremos para que se haga su voluntad?

Por el contrario, no todo lo que parece bueno proviene de Dios. A veces Satanás prospera a las personas con el objetivo de apartarlos de Dios. Tú y yo no tenemos la menor idea de lo que acontece tras bambalinas, por eso tenemos que orar: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.

La voluntad se tuerce de manera natural debido a los deseos de la carne. Debemos orar pidiendo que la gracia de Dios y su Espíritu guíen nuestra voluntad para que esté en conformidad con la de Dios. Debemos discernir cuál es la voluntad de Dios para nosotros, explícita en su Palabra. Para los menos versados en la Biblia, la expresión más sencilla de la voluntad de Dios, son los Diez Mandamientos. “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmo 40:8). Entonces, cuando oramos “Hágase tu voluntad”, realmente oramos para que la voluntad de Dios se manifieste en nosotros por medio de la sumisión y la obediencia.

Jesús es el ejemplo de conformidad perfecta con la voluntad de Dios aquí en la tierra. En Juan 6:38, Jesús asegura: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. En el huerto del Getsemaní, sintiendo la separación inminente de Dios, Cristo le pide tres veces a su Padre: “No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42). ¿Es siempre fácil hacer la voluntad de Dios? No. Si para Jesús significó una lucha tenaz, nosotros tenemos que orar: “Hágase tu voluntad”.

Cuando Dios creó las cosas, simplemente habló y fue hecho. Pero cuando creó a Adán, tomó polvo de la tierra, lo formó con sus manos y le infundió aliento de vida. El ser humano fue creado del polvo de la tierra. De modo que, cuando oramos, “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”, admitimos que también somos parte de esa tierra. La expresión “En la tierra” se refiere a que se haga su voluntad en nosotros. Nos humillamos ante Dios reconociendo que nuestra voluntad se ha pervertido como resultado de nuestra rebelión. Cuando oramos “Hágase tu voluntad”, le damos permiso a Dios para que nos use conforme a sus propósitos.

Dios nunca impone su voluntad sobre la nuestra, porque nos otorgó el precioso don de elección. No nos forzará a orar: “Hágase tu voluntad”. Nosotros somos los que tomamos la decisión de someter nuestra voluntad a Él, serle fiel, permitirle ejercer su poder y cumplir sus planes en nuestra vida. Cuando entendamos este misterio, abriremos la cerradura de los depósitos del poder celestial.

Tengamos presente que este proceso también funciona a la inversa. El diablo nos hostiga cuando le permitimos controlar nuestra voluntad. Elegimos a quien servir. Al ceder a las tentaciones que pone en nuestro camino, cuando sometemos nuestra voluntad a él, permitimos que su influencia afecte nuestras vidas. Curiosamente, cuando ejercemos nuestro derecho de elección y nos sometemos al diablo, ¡perdemos nuestra libertad centímetro a centímetro! Satanás domina nuestra naturaleza, y al final nos convertimos en sus esclavos.

Aún con todo esto, es posible experimentar el poder del Espíritu de Dios. ¿Te gustaría tener esta experiencia? La lucha es entre un espíritu dispuesto y los deseos de la carne, pero demostramos que lo entendemos al elegir y decir: “Señor, quiero que seas mi Dios y que tomes el control. Te entrego mi voluntad y mi vida. Soy impotente sin ti”. Le entregamos el poder a Dios para que haga su voluntad en nuestras vidas. Dios está esperando, pero no puede obligarnos a tomar una decisión. Así que al orar recuerda decir: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, un soldado británico fue sorprendido tratando de escabullirse del frente de batalla. Fue capturado por su propio ejército y acusado de conspirar con el enemigo. El soldado explicó que estaba en el bosque orando. Sus compañeros se burlaron de él e inmediatamente le ordenaron que presentara pruebas de lo que decía. Él respondió que estaba solo, y que lo único que quería era orar. Sus captores lo amenazaron con acusarlo de traidor: “Serás ejecutado a menos que ores ahora mismo y nos convenzas de que realmente estabas orando”.

El soldado cayó de rodillas y ofreció una plegaria elocuente y sincera, de las que suelen hacerse ante la eminencia de la muerte. Al terminar la oración, el comandante a cargo le indicó que podía irse. “Creo tu historia”, le dijo. “Si no hubieras dedicado tiempo a practicar, tu rendimiento no habría sido óptimo al momento de la revisión”. Luego agregó: “Por la forma en que oras, sé que hablas con Dios continuamente”.

El tiempo que dedicamos a la oración debe ser regular y frecuente, pero más importante aún, enfocado a lo externo. A menudo me sorprendo a mí mismo, empezando mis oraciones con el imperativo “dame”: “Querido Señor, dame esto y dame aquello” y para terminar agrego la frase, “Dios, alabo tu nombre”. Según el modelo que Cristo nos dio, mis oraciones siguen un patrón a la inversa. Ya lo he mencionado antes, pero vale la pena repetirlo. Dios me ha convencido que mis oraciones son muy egocéntricas. Cuando oro debo pensar primero en Él y en mi prójimo.

Antes de centrarnos en las plegarias que hacemos por nosotros mismos y de profundizar en los aspectos importantes de la oración, debemos conocer bien el orden que seguiremos al orar. Lógicamente vamos a orar por nuestras necesidades, pero como dijo Jesús, cuando oramos debemos invocar el santo nombre de Dios, aceptar sus propósitos y reconocer su reino, antes de concentrarnos en cualquier otra cosa. Además, todas nuestras necesidades deben enmarcarse dentro del contexto de su voluntad. Con esto mente, podemos continuar nuestro estudio y descubrir qué sucede cuando le decimos al Señor: ¡Enséñanos a orar!

El pan representa muchas cosas en la Biblia. Primero, el “pan nuestro de cada día” se refiere a las provisiones que necesitamos para nuestro sustento diario. Desde luego, es una oración modelo, pero podemos incluir otras necesidades como el agua y la ropa en nuestra oración. Cuando oramos por el pan nuestro de cada día, en realidad le pedimos a Dios que supla nuestras necesidades básicas.

¿Debería una persona pudiente que tiene las despensas de su casa llenas de comida pedir: “el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”? Por supuesto que sí. Nunca se deben dar por sentado las bendiciones de Dios. Recordemos que Job lo perdió todo en un solo día.

Dios nos dice que debemos acudir a Él confiadamente y pedirle que supla nuestras necesidades. Él ya las conoce, pero quiere que reconozcamos que todo lo bueno proviene de Él. Cuando los israelitas atravesaron el desierto, oraron por alimento y Dios hizo llover maná del cielo para mostrarles su continuo y amoroso cuidado por ellos. No tengas miedo, ni te avergüences de pedir, ¡Él quiere que lo hagas!

No olvidemos que cuando pedimos “el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, Dios espera que trabajemos para ganarnos el sustento. Algunos creen que pueden orar el Padre Nuestro y luego cruzarse de brazos y esperar la respuesta de Dios. Cuando el Señor envió el maná, los israelitas tenían que salir a recogerlo. No esperaban acostados que les cayera directamente en la boca. Notemos también que el maná caía al alrededor del campamento, no caía sobre las carpas.

Para ganarse el sustento, hay que trabajar. Antes de comer el maná, los israelitas tenían que recogerlo, amasarlo y hornearlo. De igual manera tenemos que esforzarnos y no ser negligentes con respecto a las bendiciones del Señor. No olvides que Dios nos da el pan de cada día, pero también dice: “Seis días trabajarás”.

La expresión “el pan nuestro de cada día”, ¿solo se refiere a comida? Las enseñanzas bíblicas, siempre tienen una aplicación espiritual importante. En Mateo 4:4, Jesús especifica “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. La palabra “pan” se utiliza aquí para describir todas las necesidades temporales del hombre.

Aún más importante es que Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35). Cristo no solo habla de suplir nuestras necesidades físicas, sino que nos insta a invitar a Dios a morar en nuestro corazón diariamente. El pan representa a Jesús, nuestro alimento espiritual, que es mucho más abundante y gratificante que cualquier pan material que exista en la tierra.

¿Con qué frecuencia debemos alimentarnos espiritualmente? A través de todas las Escrituras, se habla de la oración cotidiana. “Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz” (Salmo 55:17). El pan de cada día, la comunión diaria con el Señor, debe ser nuestra prioridad. ¿Por qué no oramos diciendo: “¿Señor, suple mis necesidades de todo el mes?” Para la mayoría de nosotros obtener el sustento diario no es una preocupación, por esa razón no entendemos lo que significa tener que orar por el pan de cada día. Los que vivieron durante La Gran Depresión entienden muy bien este concepto. Actualmente, muy pocos estadounidenses, que viven en esta sociedad de mucha abundancia, no tienen que comer. Por el contrario, algunos tenemos un suministro de alimentos que puede durar meses”.

Sin embargo, la mayoría no tiene ni siquiera el equivalente a unos minutos de alimento espiritual almacenado en el corazón ni en la mente. ¿Qué pan es más importante, el físico o el espiritual? ¿Cuántos de nosotros contamos con un suministro de pan espiritual para un mes? Tenemos que acumular un poco todos los días. No se puede vivir mañana con lo recogido de hoy. Algunos tienen calorías almacenadas que adquieren cuando memorizan pasajes de la Biblia, que les serán de mucha utilidad, pero si desean una experiencia cristiana significativa y llena de vida, no deben descuidar su devoción diaria. Hay que salir y recoger el maná espiritual.

Un consejo más: La Biblia no dice: “Dame hoy [mi] pan de cada día”. Más bien dice: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Es nuestro pan, amigo. No es mi pan. Deberíamos estar preocupados por las necesidades de los demás tanto como por las nuestras. Las Escrituras nos dicen: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2). Debemos ayudar a los débiles con nuestros recursos, nuestra fuerza física y también espiritualmente, doblando nuestras rodillas para orar los unos por los otros y elevar las peticiones de todos a Dios. Esto debería ser parte de nuestra rutina diaria. “¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?” (Lucas 18:7).

¿Sabías que Jesús solo hace un comentario directo acerca de la oración del Padre Nuestro? En Mateo, cuando termina de enseñar la oración, agrega: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14, 15). Cristo revela la conexión, justo en medio de la oración, que existe entre la relación vertical y la horizontal del Padre Nuestro. ¡Quizás debamos escucharlo!

¿Dice Dios: “Hagamos un trato: todos se perdonan —no más rencores, ni resentimientos, ni habladurías— y yo los perdonaré”? ¿Es eso lo que quiere decir Dios? ¿En eso consiste el evangelio? No, con ese comportamiento no ganamos el perdón. No somos salvos por las obras. Al contrario, el evangelio dice que debemos venir a Dios tal y como estamos, y Él nos perdonará. Sin embargo Dios dice: “Ahora que están perdonados, espero que se perdonen entre ustedes”.

Ahora bien, aunque las obras no nos salvan, si continuamos viviendo en rebeldía, nos perderemos, porque esta actitud demuestra que no tenemos intenciones serias de seguir a Jesús. Su misericordia y su gracia no pueden florecer en un corazón que alberga amargura y que no perdona. ¿Alguna vez te ha traicionado un amigo? ¿Ha hablado alguien mal de ti? A todos nos han herido en algún momento de nuestras vidas. Cuando nos sucede algo así, nos ponemos a la defensiva y miramos a la persona negativamente, y hasta nos ponderamos si podemos sacarle algunos trapos sucios, para satisfacer nuestro deseo de venganza ¿Es ese el espíritu que mostró Jesús cuando fue injustamente torturado?

La Biblia señala que: hasta que no entendamos el alto precio que Cristo pagó por nuestro perdón, nos resultará difícil perdonar a otros. “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35). Tenemos que estar dispuestos a perdonarnos; Dios lo repite una y otra vez en las Escrituras. “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas” (Marcos 11:25-26).

¿Podemos perdonar a una persona en nuestra mente aunque no lo sintamos en el corazón? Sí, de la misma manera que aceptamos el perdón, aunque no nos sintamos perdonados. Eso se logra mediante la fe. Escogemos perdonar a los que nos han hecho daño. Aunque nunca olvidemos lo que sucedió, podemos clamar: “Señor, por tu gracia voy a perdonarlos”. Hacemos esta elección consciente y la gracia de Dios nos ayuda con el resto.

Cuando aceptamos el perdón de Dios, su gracia nos sostiene. Primero, debemos confiar que Dios nos ayudará a perdonar. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). Si no podemos perdonar a otros, Dios no puede perdonarnos, porque nuestro corazón no está dispuesto ni a dar perdón, ni a recibir perdón. Es un asunto muy serio. Se requiere un acto de gracia, un milagro, para poder perdonar.

Esta petición es la que más se malinterpreta. A simple vista, parece que estuviéramos rogando a Dios que no nos tiente. “Por favor, Señor, sabemos que no quieres tentarnos. Pero si te pido que no me tientes, me vas a tentar”. Esta traducción es muy pobre. Por cierto, Santiago 1:13 nos dice: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie”.

No estamos suplicándole, “Señor, por favor no me tientes”. ¿Qué quiere decir esta petición en realidad? Ya que somos naturalmente propensos a buscar la tentación, le pedimos a Dios que nos aleje de ella. Una traducción más precisa sería: “Quítame esa inclinación natural a ceder a la tentación”.

¿Es necesaria esta oración? ¡De seguro! Tendemos a jugar con fuego y nos quemamos. Un ministro dijo una vez, que cuando el Señor dice que huyamos de la tentación, nos alejamos gateando, con la esperanza de que ésta nos alcance. Es como si la gravedad ejerciera su fuerza dentro de nuestros corazones, para empujarnos hacia el pecado. Tenemos que rogarle a Dios que nos ayude a resistir esa fuerza.

Al diablo le gusta cuando nos arrastramos, porque es más fácil atraparnos a través de las pequeñas acciones. El espía convicto Aldrich Ames, dijo que no se convirtió en espía de la noche a la mañana. No se levantó un día y dijo: “Creo que voy a convertirme en un espía. Creo que voy a entregar información a los rusos a cambio de dinero”. En una ocasión, sin querer, conoció a un ruso que le preguntó si podía facilitarle una guía telefónica. “Te daré mucho dinero”.

Al principio solo fue un directorio telefónico, pero luego, poco a poco, les fue compartiendo más información, hasta que un día les vendió secretos nucleares. Así es como el diablo trabaja con la tentación; con pequeñas acciones. El rey David cometió adulterio con Betsabé, asesinó a Urías y le mintió a su pueblo. Y todo empezó con una mirada de reojo prolongada y lujuriosa. Deberíamos orar de esta manera: “Señor, ayúdame a evitar las pequeñas acciones, porque estas son el inicio de las grandes”.

Me gusta mucho la séptima petición, que dice: “mas líbranos del mal”. Vivimos en un mundo sumergido en las turbias aguas del pecado. Lo que nos llena de esperanza eterna, es que Dios nos promete que las cosas no permanecerán así. Esperamos la liberación final del pecado, y cuando decimos “líbranos”, nos referimos al momento cuando Cristo viene a esta tierra, montado en un caballo blanco: El Rey de Reyes y el Señor de Señores que establece su reino y erradica hasta el último vestigio de pecado de este mundo.

Usamos la expresión “Mas líbranos” para pedir que Dios nos aleje del mal y nos separe del pecado por la eternidad. Otra forma de expresarlo es: “líbranos del maligno”. Y debemos orar no solo para que Dios nos libre de la tentación, sino también para que libere a nuestros hermanos, porque el diablo es poderoso y astuto, mucho más que nosotros. Por eso necesitamos con urgencia que Dios nos dirija.

Con referencia a la segunda venida, Cristo dijo: “en todo tiempo orando” (Lucas 21:36). No estoy muy seguro del significado de esta frase en relación a la frecuencia, pero reflexionemos sobre nuestra vida de oración, a ver si está a la altura de dichas expectativas. El texto completo dice: “Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre”. ¿Oramos sin cesar? Jesús también nos dijo: “Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo” (Mateo 24:20).

¿Oramos por esto? Día y noche, a toda hora debemos orar para que Dios nos libre del mal y para lograr escapar de lo que está por suceder en este mundo. Oremos para que seamos finalmente liberados y salvados del mal que se encuentra tanto dentro de nosotros, como a nuestro alrededor. No podemos liberarnos de un mundo malvado, sin primero liberarnos de un corazón malvado.

Este poderoso final de la oración modelo solo aparece en Mateo, y toca un tema fascinante. Estamos en medio de una gran controversia. El diablo dice que es el príncipe legítimo de este mundo y que tiene el poder. Sin embargo, Cristo, antes de ascender al cielo, estableció su superioridad: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Esta oración confirma que no debemos olvidar quién está a cargo del universo. La oración no dice “Tuyo será el reino”, sino “Tuyo es el reino”. De hecho, todas las peticiones en la oración del Padre Nuestro son posibles porque Cristo es el poder. Él tiene el control sobre todas las cosas.

El diablo vive para el orgullo, para glorificarse a sí mismo. La motivación de todo cristiano es honrar a Dios y darle la gloria. Por eso Satanás ambiciona ser un dios. Desea la gloria que no le pertenece. La culminación de esta oración deja las cosas en claro tanto en nuestras mentes como en nuestros corazones, cuando confesamos ante Dios, que sabemos que su carácter y su bondad pronto serán vindicados.

Jesús dijo, “oraréis así”. No es tanto su oración, sino nuestra oración. Es la oración de quienes desean seguirle. Es por eso que debe emanar de un corazón verdaderamente convertido. Debería ser además el reflejo de nuestro espíritu y nuestra actitud. Un autor lo expresó de esta manera:

“No puedo decir ‘Padre’ si no me esfuerzo cada día para actuar como su hijo. No puedo decir ‘nuestro’ sí vivo solo para mí. No puedo decir ‘que estás en los cielos’ si no acumulo tesoros allí. No puedo decir 'santificado sea tu nombre' si no busco la santidad. No puedo decir ‘venga tu reino’ si no estoy tratando de apresurar su venida. No puedo decir ‘hágase tu voluntad’ si desobedezco su palabra. No puedo decir ‘como en el cielo, así también en la tierra’ si no le sirvo aquí y ahora. No puedo decir ‘el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy’ si estoy acumulando riquezas egoístamente para el futuro.

No puedo decir ‘perdónanos nuestras deudas’ si guardo rencor contra mi prójimo. No puedo decir ‘no nos metas en tentación’ si deliberadamente me coloco en la senda de la tentación. No puedo decir ‘líbranos del mal’ si no anhelo la santidad. No puedo decir ‘tuyo es el reino’ si no le doy a Jesús el trono de mi corazón. No puedo atribuirle ‘el poder’ si temo lo que puedan hacer los hombres. No puedo atribuirle ‘la gloria’ si estoy buscando mi propio honor. No puedo decir ‘por todos los siglos’ si mi único objetivo son las recompensas terrenales y pasajeras”.

Cuando repetimos el Padre Nuestro, debemos hacerlo con una actitud de total sometimiento. Si queremos estar preparados para cuando Jesús venga, debemos aprender a orar de la manera que Jesús nos enseñó. La esencia de la oración es amar a Dios con todo nuestro corazón, porque no podemos amarlo si no lo conocemos. Si no le comunicamos nuestras penas y alegrías, ni nuestros secretos más íntimos, ¿cómo podemos amarlo?.

Insto que pasen más tiempo de rodillas, pero si no pueden hacerlo, sigan orando. Reconozcan la importancia de dedicar tiempo de calidad a Cristo a través de las oraciones personales, en grupo y mediante el culto devocional, para que ocurran cambios en nuestras vidas que nos permita glorificar a Dios. Aprovechemos el “pan de cada día” de la Palabra de Dios y comuníquemosle nuestro deseo de ser transformados de seres egoístas a seres abnegados. Más que cualquier cosa, oremos los unos por los otros. Permanezcamos juntos y elevemos nuestras voces al cielo unidos a la hermandad de Jesús.

Uno de mis estudios favoritos en la Biblia son las poderosas oraciones del Antiguo Testamento. Me gustaría que las leas. Busca la oración de Ana que se encuentra en Samuel 2. La oración de Daniel en el capítulo 9 es muy especial. Puedes encontrar la conmovedora oración de Salomón en ocasión de la dedicación del templo en Crónicas. Notarás que estas oraciones contienen elementos del Padre Nuestro. Hablan de la gloria de Dios, de su provisión y de su liberación; además, muestran cómo todos los cristianos estamos juntos en esto, orando unos por los otros.

Al concluir esta breve obra, no puedo expresar con mejores palabras los comentarios devocionales de Charles Spurgeon:

Es interesante destacar que una considerable porción de las Sagradas Escrituras está dedicada al tema de la oración, ya sea para darnos ejemplos, reforzar la obediencia de los preceptos o para reiterar promesas. Justo al abrir la Biblia nos encontramos con la afirmación: “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová”, y a apunto de cerrar, nuestros oídos perciben la ferviente súplica del “Amén”. Los ejemplos abundan. Encontramos a un Jacob luchando con el ángel, a un Daniel que oraba tres veces al día y a un David suplicando perdón a Dios de todo corazón. En la montaña vemos a Elías; en el calabozo a Pablo y a Silas. Encontramos una infinidad de ordenanzas y una miríada de promesas.

¿Qué otro propósito tienen estas enseñanzas sino el de mostrarnos la sagrada importancia de la oración y la imprescindible necesidad de orar? Podemos estar seguros de que todo lo que Dios resalta en su Palabra, es con la intención que sea visible en nuestras vidas. Si le ha dado tanta importancia a la oración, es porque es vital para nosotros. Nuestras necesidades son tan complejas que hasta que no estemos en el cielo, no podremos dejar de orar. ¿Piensas que lo tienes todo? Me temo que no conoces tu verdadera pobreza. ¿No sientes la necesidad de pedir la misericordia a Dios? Entonces, ¡Que Dios en su misericordia te muestre tu miseria! Un alma sin oración es un alma desprovista de Cristo.

La oración es el tímido balbuceo del niño que cree, el grito triunfante del creyente que lucha y el réquiem del santo agonizante que descansa en Jesús. Es el aliento de vida, la consigna, el consuelo, la fuerza y el privilegio de todo cristiano. Si eres hijo de Dios, buscarás el rostro del Padre y vivirás en su amor. Ora para que este año seas más santo, más humilde, más fervoroso y más paciente; para que logres una íntima comunión con Cristo y para que disfrutes con más frecuencia del banquete de amor que te ofrece. Ora para que puedas ser un ejemplo y una bendición para otros, y para que puedas reflejar mejor la gloria de tu Maestro. El lema de este año debe ser “Persevera en la oración” (Lecturas Diarias Matutinas y Vespertinas, 3ª ed., 2 de enero).

Así como la oración liberó al soldado británico, pronto nuestro Comandante celestial va a pasar revista de sus tropas. Tenemos que dedicar tiempo a practicar la oración en preparación para el evento final. Hay que pedir: “Señor, enséñanos a orar”. Él nos dejó el modelo en su Palabra, asegurémonos de seguirlo. Es mi esperanza que nuestra perspectiva de esta oración sea ahora más profunda y significativa.

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