Al igual que la luz, nuestro “único Dios” se revela en tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. “Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno” (1 Juan 5:7).
El desconcierto ante la naturaleza de Dios no es nuevo. Desde la creación, el hombre ha buscado diligentemente comprenderla y explicarla. En el libro de Job, Zofar pronunció el clamor de todo corazón humano, cuando declaró: “¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es más profunda que el Seol; ¿cómo la conocerás?” (Job 11:7, 8).
John Wesley agrega: “¡Tráeme un gusano que pueda comprender al hombre, y entonces te mostraré a un hombre que puede comprender al Dios trino!”
El estudio de Dios no tiene parangón: es la temática más elevada que cualquier mortal pueda tratar de abordar o considerar. Dado que Dios se autodefine eterno, omnipotente, omnipresente y omnisapiente, este campo de estudio es más profundo, más amplio y más abarcante que cualquier otro.
“Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:9). Nuestra mente humana finita nunca podrá comprender totalmente al Dios eterno, así como tampoco podemos saltar hasta las estrellas con nuestras piernas endebles. Por consiguiente, debemos abordar este misterio que envuelve su persona con una gran medida de temor reverencial y profunda humildad. Al igual que Moisés, cuando llegó ante la presencia de Dios, debemos descalzarnos, “porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:5). Si dejamos a un lado nuestras ideas y opiniones preconcebidas, y nuestro bagaje sectario, podremos ir directamente a la Palabra de Dios y descubrir lo que él decidió revelar sobre sí mismo. Pero recuerda, solo Dios puede comprender a Dios plenamente, por lo que incluso después de la investigación más diligente, es posible que todavía tengamos algunas preguntas sin responder que llegarán a ser un campo de estudio fructífero aun durante los eones de la eternidad.
Isaías registra el testimonio que Dios da acerca de sí mismo. “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios... No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno” (Isaías 44:6, 8). Jesús también enseñó acerca del “único Dios verdadero” (Juan 17:3) y Pablo escribió: “Hay un solo Dios” (1 Timoteo 2:5).
Si bien la mayoría de los creyentes concuerda con esta verdad fundamental, a lo largo de la historia de la iglesia ha surgido un acalorado debate sobre su significado más profundo. ¿Significa esto que hay una persona que tiene tres títulos diferentes? ¿O hay tres personas separadas que misteriosamente se transforman en un solo ser? Jesús, ¿es meramente un buen hombre, alguien creado para redimirnos, y solo el Padre es Dios? Hasta hay quienes sostienen que el Padre y el Hijo sin duda son Dios, pero el Espíritu Santo es solo una fuerza impersonal que cumple sus órdenes. Cada una de estas ideas en conflicto ha tenido sus fieles defensores. Examinemos la base de estas posturas y comparémoslas con la Biblia.
Sin embargo, no son tres roles que desempeña una sola persona. La iglesia reconoció que las ideas de Sabelio son contrarias a las enseñanzas de la Biblia, y rápidamente fue excomulgado. Sin embargo, todavía tiene seguidores en la actualidad en lo que comúnmente se conoce como la doctrina de la “Unicidad” o “Solo Jesús”. La enseñanza de “Solo Jesús” afirma que Jesucristo no solo es el Hijo, sino también el Padre y el Espíritu Santo. Utilizan el texto de Isaías 9:6, donde el Mesías (o el Hijo prometido) es llamado “Padre Eterno”, para brindar sustento bíblico a esta creencia.
No obstante, la doctrina de la Unicidad pasa por alto el hecho de que el Hijo vino a la tierra para revelar el verdadero carácter de Dios el Padre a un mundo que anda a tientas en su ceguera espiritual. Jesús oró al Padre en Getsemaní: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste” (Juan 17:5, 6). Jesús es el único que puede revelar al Padre, porque él es la imagen expresa del Padre (Lucas 10:22; Hebreos 1:3).
Por consiguiente, cuando los discípulos le preguntaron a Cristo cómo es el Padre, él pudo responder: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Jesús reflejó perfectamente el carácter del Padre; de allí el título de “Padre Eterno”. Otra razón por la que a Jesús se lo llama Padre Eterno es porque este mundo y todo lo que hay en él fue creado por medio de Cristo. Entonces, en un sentido muy real, Jesús es nuestro padre (Hebreos 1:2; Juan 1:3).
Isaías 9:6 es el único lugar de la Biblia donde se llama Padre a Jesús. Fíjate que Jesús también se llama a sí mismo Hijo del hombre, nuestro hermano, nuestro pastor, nuestro amigo y nuestro sacerdote. Cimentar una doctrina sobre un solo pasaje bíblico es tan insensato como construir una casa sobre un solo pilar. La Biblia separa físicamente al Padre y al Hijo un sinnúmero de veces. Cuando Cristo estaba en la tierra, hacía alusión a su Padre en el cielo. “Mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10:32). Él siempre dirigía sus oraciones hacia el cielo donde estaba su Padre, y declaró que el Padre tenía su propia voluntad individual: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). Luego, después de morir y resucitar, ascendió a “la diestra de Dios” (Romanos 8:34). Esto indica que el Padre tiene un presencia separada.
Por cierto, Jesús dijo que él no era el Padre más de 80 veces. Aunque siempre son uno en propósito y origen, Jesús y el Padre son personas claramente separadas y diferentes. Y en más de una ocasión, el Padre le habló a Jesús desde el cielo. “Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). Una de dos, o Jesús y el Padre son dos personas individuales separadas, o Jesús era un experto ventrílocuo.
Sin embargo, estos conceptos son totalmente contrarios a la enseñanza del Nuevo Testamento, donde Jesús se revela como el Creador eterno y no como un ser creado (Juan 1:1-4). Al comparar las definiciones bíblicas de Dios con el registro bíblico de Jesús, vemos que las características de Jehová también se le atribuyen a Jesús. Presta atención a estos poderosos ejemplos:
Los judíos incluso intentaron apedrear a Cristo cuando se atribuyó el título “autoexistente” de Jehová usado en la zarza ardiente. “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy. Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue” (Juan 8:58, 59).
Los judíos entendieron que Jesús pretendía ser igual a Dios, cuando dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. Por esto los judíos aun más procuraban matarle porque... decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Juan 5:17, 18).
Solo hay tres conclusiones que pueden extraerse de la lectura de estos pasajes. En primer lugar, Jesús estaba loco cuando hizo estas escandalosas afirmaciones. En segundo lugar, era un mentiroso. Estas opciones son inaceptables. La tercera posibilidad es que pronunció una verdad sublime. Para un cristiano que acepta la muerte sustitutiva de Cristo en la cruz, la tercera opción es la única defendible. De lo contrario, un mentiroso o un hombre delirante no podría ser lo suficientemente justo para ser nuestro Salvador.
Algunos han acusado al trinitarismo de herejía porque afirman que la corrompida iglesia medieval fue la culpable de introducirlo en primer término. De hecho, para distanciarse de la versión católica de la trinidad, muchos líderes protestantes del siglo XIX prefirieron el término más bíblico “Deidad” para referirse al Dios trino.
Con todo, solo porque una iglesia apóstata crea en la trinidad (o en cualquier otra doctrina, si vamos al caso) no hace que esta sea automáticamente antibíblica. La realidad es lo contrario. Una postura no es correcta solo porque algunos de los dirigentes de la iglesia primitiva la defendieron. Hasta los apóstoles entendieron mal la naturaleza de la primera venida de Jesús. La validez doctrinal debe basarse en la autoridad bíblica y no en quién la defiende o la rechaza.
El Antiguo Testamento se escribió mucho antes de la existencia de la iglesia cristiana (la apóstata o la verdadera) y enseña que hay tres personas en la Deidad. En Isaías, el Redentor, que es Jesucristo en el Nuevo Testamento (Gálatas 4:4, 5), declara que “Jehová el Señor, y su Espíritu” son responsables de enviarlo a su misión de redención (Isaías 48:16, 17).
Algunos piensan que, debido a que la palabra “trinidad” (derivada de la palabra latina trinitas, que significa “triplicidad”) no se encuentra en la Biblia, el concepto de un Dios trino no puede ser correcto. Sin embargo, aunque la palabra “milenio”, que significa mil años, no aparece en Apocalipsis 20, la usamos para describir el descanso de 1,000 años que experimentará la tierra después del regreso de Jesús. Una enseñanza no es menos cierta simplemente porque se utilice una palabra extrabíblica para definir lo que claramente es una enseñanza bíblica. Esto se aplica a la trinidad, la segunda venida, el juicio investigador y a toda una serie de otros términos concisos que se utilizan para designar las doctrinas.
Asimismo, los nombres de Dios que encontramos en Génesis y en otros lugares nos dicen mucho sobre nuestro Creador. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). La palabra hebrea aquí para Dios es Elohim. Es un sustantivo plural que se utiliza más de 2,700 veces en el Antiguo Testamento. Esto significa que los autores inspirados prefirieron usar Elohim unas 10 veces más que la forma singular “El” para describir a Dios. Hasta en el libro de Daniel, en el Antiguo Testamento, vemos una imagen del Padre y del Hijo como dos personas separadas. “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él” (Daniel 7:13). Se describe al Hijo del Hombre, Jesús, yendo hasta el Anciano de Días, que obviamente es Dios el Padre.
Los escritos del Nuevo Testamento presentan aquí y allá este concepto de un Dios compuesto por tres personas unidas y completamente divinas. El apóstol Pablo escribió que hay tres personas divinas: “Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Efesios 4:4-6).
Con frecuencia, Pablo se refirió a las tres personas separadas de la Deidad. “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Corintios 13:14). “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:14).
El Apocalipsis comienza presentando las tres personas de la Deidad. “De los siete espíritus que están delante de su trono; y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:4-6).
Además, vemos claramente a tres personas diferentes en el bautismo de Jesús. “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:16, 17).
Si Jesús es la única persona de la Deidad, ¿de dónde vino la voz que declaró: “Este es mi Hijo amado”? ¿Se dividió en tres: una voz que provenía del cielo, la paloma que descendía del cielo y su cuerpo a la orilla del río? No. Esto no fue simplemente un hábil acto de ilusionismo, sino más bien una reunión real que reveló la verdad de la trinidad. Y además de esto, es mediante la autoridad compartida de estas tres personas que tenemos la comisión de bautizar. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).
Vemos que este principio se adoptó muy pronto en las Escrituras. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24, cursiva añadida). “Una sola carne” aquí no significa que una pareja casada se funde en un solo ser humano después de su boda, sino que deben unirse en una sola familia. Jesús oró para que los apóstoles fueran uno, diciendo: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad” (Juan 17:22, 23).
Debemos tener en cuenta que, cuando Moisés dijo: “Jehová uno es”, Israel estaba rodeado de naciones politeístas que adoraban a muchos dioses que constantemente participaban de pequeñas disputas y rivalidades (Deuteronomio 6:4), mientras que el Dios creador está compuesto por tres seres separados que están perfectamente unidos en su misión de salvar y sustentar a sus criaturas. Cuando el Espíritu ejecuta la voluntad tanto del Padre como del Hijo, esta también es su voluntad.
“Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno” (1 Juan 5:7). Por supuesto, es todo un ejercicio mental captar que ese Dios único (“él”), igualmente es “ellos”. Como una cuerda compuesta por tres hilos unidos, las tres personas del Padre, el Hijo y el Espíritu constituyen el único Dios.
El universo está compuesto por tres estructuras: espacio, materia y tiempo. De estos tres, solo la materia es visible. El espacio requiere longitud, altura y anchura para constituir espacio. Cada dimensión es separada y distinta en sí misma. Sin embargo, las tres conforman el espacio: si se elimina la altura, ya no hay espacio. El tiempo también es una tri-unidad de pasado, presente y futuro. Dos son invisibles (pasado y futuro) y uno visible (presente).
Cada uno es separado y distinto, además de esencial para que exista el tiempo. El hombre también es una “tri-unidad” que tiene componentes físicos, mentales y espirituales. Nuevamente, dos son invisibles (mental y espiritual) y uno visible (físico). Las células componen la unidad estructural fundamental de todos los organismos vivos. Toda la vida orgánica está formada por células que constan de tres partes principales: la pared exterior, el citoplasma y el núcleo (como la cáscara, la clara y la yema de un huevo). Si se quita alguno, la célula muere.
En cada uno de estos ejemplos, la eliminación de cualquier componente trae como resultado la desaparición del todo. De la misma manera, la Deidad contiene tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada uno es Dios (Efesios 4:6; Tito 2:13; Hechos 5:3, 4), pero hay un solo Dios. La eliminación de una persona destruye la unidad del todo.
Incluso la historia del evangelio ilustra la interdependencia de los tres. El santuario tenía tres lugares: el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Hay tres etapas de salvación: justificación, santificación y glorificación. En Isaías 6:3, los ángeles que están alrededor del trono de Dios claman: “Santo, santo, santo”; tres veces: una vez por el Padre, una vez por el Hijo y una vez por el Espíritu Santo.
“Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3).
“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9). “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8).
También vemos claramente que, antes y después de su encarnación, Jesús resplandece con la gloria divina intacta. “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra” (Hebreos 2:9).
Si Dios el Hijo no hubiera velado su gloria cuando vino a la tierra, el hombre no podría haber soportado su brillante presencia, y mucho menos haber aprendido de su ejemplo.
El Hijo recibe constantemente del Padre su gloria, su poder, su trono y sus prerrogativas como Juez (Juan 3:35; Juan 5:22). De hecho, fue Dios el Padre quien “dio” al Hijo. A decir verdad, aunque quizá no esté mal, nunca se nos dice que oremos a Jesús o al Espíritu, sino al Padre en el nombre del Hijo. Sin embargo, el hecho de que el Padre parezca tener autoridad suprema no disminuye de ninguna manera la divinidad de Jesús ni del Espíritu. Eso sería como decir que un cabo es menos soldado que un sargento.
No vemos que los tres miembros de la Deidad busquen tener preeminencia entre sí, ni que compitan por el reconocimiento o se deleiten en el poder. Ocurre exactamente lo contrario. Por cierto, pareciera que el Padre, el Hijo y el Espíritu siempre están tratando de exaltarse y glorificarse mutuamente. El Padre quiere glorificar al Hijo. El Hijo vive para glorificar al Padre, y el Espíritu vive para glorificar al Padre y al Hijo (Juan 17:1, 5; Juan 16:14; Juan 13:31, 32).
Podemos percibir por qué el Espíritu Santo parece ser el miembro de la Deidad más difícil de visualizar y de definir. Las Escrituras lo comparan con todo: desde el viento y el fuego, hasta con una paloma, con el agua, ¡e incluso con un abogado defensor! Pero al considerar las diversas características del Espíritu Santo, podemos ver rápidamente que él tiene todas las credenciales de un ser individual, inteligente, separado y distinto.
El Espíritu Santo guía y conduce. “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13). Es cierto que un mapa o un GPS pueden guiarte, pero nadie llama a un mapa “él”. Hubiera sido muy fácil para Jesús decir simplemente: “Cuando esto (pronombre neutro impersonal) venga”, pero Jesús llamó al Espíritu Santo “él” (pronombre personal) más de 15 veces. ¿Por qué Dios se tomaría tantas molestias para personificar a su propio poder inherente, hasta el punto de señalar que posee emociones, pensamientos y habla independientemente de sí mismo?
El Espíritu Santo también consuela. “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). Nunca he visto a un niño solitario correr hasta una aspiradora en busca de un abrazo; solo los seres inteligentes pueden ofrecer consuelo. Jesús prometió antes de su ascensión que iba a enviar a otro ayudante; paracleto es la palabra griega que abarca un ministerio personal multifacético como consejero, consolador, abogado, ayudante, confortador, aliado y defensor (Juan 14:16, 17, 26; 15:26, 27; 16:7-15). Todos estos son rasgos que generalmente pertenecen a una persona o amigo.
Si el Espíritu Santo es simplemente la fuerza activa de Dios, entonces Juan 16:7 y 8 no tendría sentido: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo”. A partir de este texto, es obvio que el Espíritu Santo estaría presente de manera más personal después de que Jesús ascendiera. Si el Espíritu Santo fuese una mera energía, simplemente no hay explicación ni lógica de por qué él no vendría a menos que Jesús se fuera.
El Espíritu Santo incluso puede ser contristado (Efesios 4:30). Los automóviles tienen muchas características y peculiaridades únicas. A veces, hasta puede parecer que tienen “personalidad”. Pero los vehículos a motor no pueden entristecerse. Tampoco pueden hablar, como lo hace el Espíritu Santo. “Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro” (Hechos 8:29). Existen programas de computadora que pueden reproducir el habla, pero no pueden crear pensamientos inspirados. Las Sagradas Escrituras fueron inspiradas por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:21).
También leemos en Apocalipsis 1:4 y 5 una oración suplicando gracia y paz del Padre, el Espíritu y Jesucristo. Debemos preguntarnos, ¿habría puesto Juan al Espíritu entre el Padre y el Hijo si no hubiera considerado al Espíritu como un ser inteligente divino en el mismo sentido que ellos?
Si el Espíritu Santo fuese una mera fuerza divina, ¿por qué es más ofensivo, e incluso más fatal, blasfemar contra el Espíritu Santo que hablar contra el Hijo? “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero” (Mateo 12:31, 32). Por definición, la blasfemia es “un acto, una expresión o un escrito despectivo o profano contra Dios”. Por esta simple deducción, ¡el Espíritu Santo debe ser Dios! Por eso también Pedro dijo que mentir al Espíritu Santo es mentirle a Dios (Hechos 5:3, 4).
El Espíritu Santo puede ser un testigo (Hebreos 10:15). En cualquier corte del mundo, solo los seres vivos pueden considerarse testigos. Finalmente, se dice que el Espíritu Santo tiene su propia mente (Romanos 8:27).
Podemos ver claramente que el Espíritu Santo no es simplemente una fuerza, sino la tercera persona divina de la Deidad. Aunque es espíritu, tiene todas las características de una persona y de un individuo. Se lo presenta claramente como un ser que habla, enseña, guía, toma decisiones, testifica, consuela y se puede contristar. “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Corintios 13:14).
Pero es especialmente en la colina del Gólgota donde la doctrina de la trinidad estalla de significado y se convierte en algo más que una cruzada confesional. Antes de la creación de la tierra, el Dios trino analizó la posible rebelión y caída del hombre. A través del lente de la presciencia divina, vio el terror que causaría la violación del mundo a manos del pecado. Y allí, antes de formar al hombre, se decidió que Jesús dejaría el trono del cielo y se convertiría en el sustituto de la humanidad. Jesús era “el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8; 1 Pedro 1:19, 20).
Si Jesús fuera meramente un súper ser creado, entonces su muerte por la redención del hombre no es mejor que la muerte de un ángel en nuestro favor. Si Cristo no es la deidad misma, entonces cualquier ángel o ser creado sin pecado podría haber cumplido ese propósito. Esto prácticamente habría confirmado la acusación de Satanás de que Dios es egoísta, al demostrar que solo está dispuesto a sacrificar su creación, pero no a sacrificarse él mismo.
El riesgo real en el plan de redención, además de la pérdida del hombre, era la ruptura de la Deidad. Si Jesús hubiese pecado, habría estado obrando con propósitos contrapuestos a los del Espíritu y los de su Padre. El bien omnipotente se habría enfrentado al mal omnipotente. ¿Qué habría ocurrido con el resto de la creación? ¿A quién consideraría correcto el universo no caído? Un pecado podría haber hecho que la Deidad y el universo giraran en un caos cósmico; las proporciones de este desastre son abrumadoras. Con todo, la Deidad estuvo dispuesta a correr este riesgo fragmentador por la salvación del hombre. Esto revela la profundidad del asombroso amor de Dios.
–¿Qué haces, pequeño? –preguntó Agustín.
–Oh –respondió el niño–, estoy tratando de poner todo el océano en este agujero.
Agustín había aprendido la lección.
Al seguir su camino, Agustín se dijo:
–Eso es lo que estoy tratando de hacer; ahora lo entiendo. Parado en las orillas del tiempo, estoy tratando de introducir en esta pequeña mente finita cosas que son infinitas.
De la misma manera, contentémonos con dejar que Dios sepa algunas cosas que nosotros todavía no podemos saber.
Sería presuntuoso y absurdo pretender que entendemos todo acerca de Dios. “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33). Si pudiéramos comprenderlo por completo, así como se descifra algún código genético, dejaría de ser Dios.
Sin embargo, hay muchas cosas reveladas acerca de Dios para nuestra bendición. “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre” (Deuteronomio 29:29). Lo que se revela es que esta enseñanza de la trinidad debe ser importante para Dios. El ministerio de Jesús comienza y termina con un énfasis en las tres personas de la Deidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu están presentes en el bautismo de Jesús y cuando asciende al cielo. Jesús ordenó a sus seguidores que bautizaran en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El testimonio de las Escrituras indica que la Deidad no puede separarse en tres Dioses ni fusionarse en una sola persona. Este “tres en uno” no solo nos creó; también nos ama e ideó un plan asombroso para salvar a un mundo perdido del pecado y restaurarnos a su presencia en el paraíso.
“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén” (2 Corintios 13:14).